October 4, 2013

Acompañamiento pastoral a visitas médicas

Los que hemos recibido malas noticias sobre nuestra salud sabemos lo sorprendentes, devastadores, atemorizadores y llenos de ansiedad que son esos momentos. Muchos médicos y médicas de cabecera nos piden que vayamos acompañados de seres queridos a esa cita casi fatídica que sentimos como una sentencia de muerte. Por un lado nos embarga el estupor, la pena, el temor. Interiormente nos decimos, “Dios Mío, por qué a mí, por qué en este momento si no hay nadie en mi familia que haya padecido este cáncer, si yo me cuido, hago ejercicio, vivo una vida sana”. Por el otro, el instinto de supervivencia entra en pleno vigor, y con una fuerza nueva que proviene de muy adentro de nuestro ser, comenzamos a enfocamos en el cuándo y dónde de las diferentes intervenciones para tratar de lleno la enfermedad, para curarnos y hacer realidad la esperanza de seguir viviendo. 

Si somos personas de fe, nos aferramos a esa fe en un Dios presente, que nos acompaña, que nos va a dar la fortaleza necesaria para afrontar la enfermedad y fortalecer a los seres queridos que en ese momento también pasan por lo mismo. Si podemos sobreponernos al peso emocional de todo lo que se nos informa sobre lo que implica, por ejemplo, el tratamiento de un cáncer, algunos empezamos a buscar información y pensamos en obtener segundas y terceras opiniones. Otros nos limitamos seguir las instrucciones y depositamos nuestra confianza en las intervenciones médicas. 

Es para aquellos que sólo oyen dónde y cuándo va a tratarse su enfermedad, sin haber prestado atención al por qué de dicho tratamiento, es precisamente para esas personas que creo profundamente que el acompañamiento pastoral es de gran importancia. Para ilustrar la necesidad de acompañar pastoralmente a nuestras comunidades, les comparto mi experiencia con María del Carmen, a quien he seguido de cerca ofreciéndole apoyo espiritual y pastoral desde el momento en que recibió la noticia de su cáncer, durante la intervención quirúrgica y durante el curso de su tratamiento de quimioterapia. 

La semana pasada María del Carmen me pidió que la acompañara a su primera cita médica para comenzar su tratamiento de radiación, que según ella empezaría ese mismo día. Debido a que la había acompañado a varias citas de quimioterapia, pensé que esta cita era lo que ella decía: “Me van a marcar el pecho para hacerme la radioterapia”. Fue una gran sorpresa para ambas darnos cuenta de que en realidad se trataba de una cita inicial con la enfermera asistente de la oncóloga radióloga y con la oncóloga radióloga. La primera pasó largos minutos explicando las seis semanas de radiología, comenzando con lo que se necesitaba antes de esas seis semanas. Luego vino la oncóloga, que explicó por qué era necesario hacer el tratamiento de radiología y su importancia para la supervivencia de María del Carmen. A la salida de esas citas le pregunté muy suavemente a María del Carmen si tenía alguna pregunta sobre lo que le habían dicho la enfermera y la oncóloga radióloga. Su respuesta me preocupó, porque me dio a entender que realmente no sabía el motivo del tratamiento de radiación y que lo que sólo había oído las fechas y el lugar en que le harían los tratamientos. La invité a almorzar y al terminar nos sentamos en el parque cerca de su casa. Allí le expliqué lo que había oído en la cita médica, le conseguí un libro en español para que leyera -- si lo deseaba – sobre el tratamiento de radiación. Debo decir que en ese momento me comprometí a divulgar la necesidad de ofrecer acompañamiento pastoral a las citas médicas iniciales, porque muchas veces en esos momentos de sorpresa y dolor ni pacientes ni familiares prestan atención a lo que se les está comunicando sobre sus enfermedades e intervenciones médicas.