January 10, 2014

Las Fiestas de Fin de Año: Bendiciones de Dios Para el Nuevo

Las fiestas de fin de año muchas veces llegan demasiado pronto y su llegada nos sorprende al darnos cuenta de que tal vez por mil razones no nos hemos preparado lo suficientemente bien para cumplir con nuestras expectativas y las de los demás en cuanto a complacer deseos, ofrecer muestras de amistad y de cariño en las diferentes formas que tenemos a nuestro alcance para poder hacerlo. Vienen a la mente el escribir mensajes en tarjetas navideñas, comprar regalos pensando en los gustos o las necesidades de los seres amados y las amistades, o lo que nos agrada tanto en nuestras comunidades latinas: “echar la casa por la ventana”, una expresión que literalmente quiere decir abrir las puertas y ventanas de nuestros hogares llenándolos de color, sabor y la alegría de recibir con brazos abiertos a familiares, amigos y allegados. La mayor parte de las veces la Navidad, el Año Nuevo y la fiesta de Reyes nos dejan con sentimientos de felicidad, sintiéndonos bendecidos y con deseos de que se sigan dando de la misma manera el resto de nuestras vidas. Nos sentimos abrazados por el calor humano de familiares, amigos y vecinos, vivimos profundamente cada instante de una visita a la tierra que nos vio nacer, en fin, gozamos celebrando las mismas tradiciones y recibimos con sonrisas lo nuevo que nos llegue, como grata sorpresa. 

Sin embargo, y tal vez sin quererlo, durante estas celebraciones en familia también se presentan momentos de tensión en los que salen a la superficie y se revelan realidades y sentimientos que se han mantenido empaquetados y tal vez por mucho tiempo han sido suprimidos, reemplazados por otros sentimientos o cubiertos por tupidos velos de negación. No es raro que en estas grandes ocasiones en las que se nos invita a compartir el regalo de amor que nos ofrece Dios al venir al mundo como príncipe de luz y de paz encarnado en su Hijo Jesús, se destapen verdades escondidas o nunca antes expresadas causando gran erupción como lo hacen los volcanes dormidos cubriendo de sorpresa, de pena y de dolor todo lo que tocan en su desbocado camino. Cuando esto sucede, y sabemos que sucede a menudo, y ante el asombro de escuchar y darnos cuenta de lo que se ha llevado por dentro y que brota como la lava desolante e hirviente, nos invade el silencio acompañado de la realización de verdades desconocidas, como la dignidad pisoteada, sentimientos malentendidos, maltratos conscientes e inconscientes, el final del amor para el “otro” que se siente incomprendido, supeditado a nuestros caprichos, vacío de comprensión, y pidiendo a gritos nuestras atenciones . En esos silencios y en el espacio que es necesario darnos para poder seguir adelante a partir de esas rupturas, es donde la reflexión, acompañada de oraciones en busca de entendimiento, fortaleza, y acompañamiento divino en el camino hacia restaurar la paz y la armonía, nos ayudan a encontrar la claridad para comprender, perdonarnos y perdonar. La oración individual y compartida en esos silencios sirve de bálsamo cálido, tierno y suave, cura las heridas que dejan huellas, logra que nos liberemos de la ira, del miedo o del rencor y permite que nos abramos a la reconciliación acompañada de una nueva manera de vivir en paz y en relación. Es como un resucitar dejando que el dolor nos enseñe y que el perdón nos abra las puertas a la luz y a las bendiciones que Dios siempre nos ofrece como su regalo de amor incondicional durante estas fiestas y para que nos acompañen durante el nuevo año que tantas veces nos sorprende con su llegada casi intempestiva.

¡Bendigamos al Señor!