August 22, 2014

Nuestro Llamado Liberador a ser Hermanos(as), Amigos(as) y Servidores(as)

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Las noticias que oímos a diario provenientes de la frontera entre México y Estados Unidos son verdaderamente asoladoras. Aunque hemos visto documentales y muchos vídeos mostrándonos los recorridos de esa humanidad latina que se ve forzada a dejarlo todo como única posible solución que proteja ya sea su propia vida o las de sus familiares, o para de alguna manera proveer el sustento necesario a sus seres queridos, nada, absolutamente nada se compara con la conmovedora experiencia de oír testimonios conmovedores y milagrosos mirando a los ojos de un joven o de un niño o niña sobrevivientes de ese éxodo de miles de millas, inimaginable al pensarlo, y al oírlo, desgarrador en su realismo y veracidad.

Debo decir que tuve la oportunidad, como muchas personas la han tenido, de poder escuchar con el corazón en la mano y reteniendo las lágrimas, una de las miles y miles de historias de esta travesía muchas veces fatídica, que trae y deposita en este país a hombres y mujeres, a jóvenes y a niños y niñas de la mano firme de un padre o de una madre, y en el caso que tenía enfrente, a un joven y a una niña de ocho años sin familiares, recorriendo esos mundos desconocidos, rodeados de personas, lenguas y culturas parecidas y no, sintiéndose completamente solos, y a la vez algo así como Moisés, milagrosamente salvados de la aguas.  
Al final de su relato mis manos se habían aferrado a las suyas, mis ojos seguían esos ojos radiantes absorbiendo su nueva realidad, descubriendo este mundo tan distinto al de sus sueños y, sin embargo, lleno de esperanza en un futuro incierto pero todavía pintado color de rosa. El mismo color a través del cual vi mi propia vida al llegar a este país hace cuarenta y seis años. 

Mi reflexión, que imagino muchos(as) de ustedes comparten, es la siguiente: aunque nos tildamos protectores de los derechos humanos de toda persona, en mi opinión la realidad es que estamos permitiendo que esta humanidad migrante se embarque en una marcha hacia un desierto para muchos y muchas tal vez peor que aquel que atravesaron y sobrevivieron por la gracia y la fe férrea en Dios.

Y lo más triste: en este país hermano que le pone música compasiva a las letras de sus avisos publicitarios: “cuando necesites un amigo o amiga puedes contar con mis manos”, vemos con tristeza manos que expresan el rechazo en sus pancartas al viento, manos que no están listas a tomar al extranjero de la mano, a darle alimento y protección, a compartir la abundancia que Dios nos provee, a escuchar a esas criaturas de Dios mirándoles a los ojos, a recordar la historia de nuestros antepasados que también escaparon penurias y encontraron manos piadosas con las que podían contar para su seguridad y el ánimo necesario para empezar desde cero y de nuevo.

En mis oraciones yo también invito a que con insistencia y fervor en nuestras plegarias le pidamos a Dios que nos indique cómo mejor ayudar a aliviar la situación de tantas personas de diferentes edades y orígenes, indocumentados e indocumentadas que necesitan nuestro apoyo y nuestra amistad y que los/las estrechemos en nuestros brazos como verdaderos hermanos y hermanas. 

Pidamos que Dios nos dé la fortaleza y las maneras de servir como liberadores del miedo y sanadores del odio de aquellos que nos ven como un impedimento para su sustento y la llegada de la oscuridad a sus mundos. Roguémosle a Dios Padre y en el nombre de su hijo Jesucristo que nos saque de este desierto de incomprensión y violencia. Así sea.