July 2011
Connecting Generations

Llenar el Vacío

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Un domingo saludé a una pareja cuando salía del servicio religioso de St. Elizabeth’s con su hijo recientemente bautizado. Ese servicio había sido especialmente difícil para los padres porque su hijo de casi un año de edad había causado unas cuantas perturbaciones. Los rendidos padres apenas podían salir por la puerta. Cuando trataron de darme la mano, el padre me miro y me dijo en voz queda, “lo veo en cinco años”. Eso fue hace casi dos años y no los he vuelto a ver.

Ese encuentro me entristeció. Más adelante esa semana me fijé en la base de datos de la parroquia y noté que esos padres se encontraban entre 33 familias con niños menores de tres años de edad que no habían venido a la iglesia un domingo por meses. Casi todos los miembros más jóvenes de esas familias habían sido bautizados en los últimos dos años. Antes de ese encuentro nunca había me había preguntado por qué las familias con niños pequeños tendían a evitar ir a la iglesia.

¿Tal vez 33 familias eran demasiadas como pare permitirles caer silenciosamente en el vacío entre el bautismo y la escuela parroquial? Al igual que muchos sacerdotes, nuestros datos demostraron que una vez que esas familias caían en el vacío muchas no regresaban. En lugar de aceptar esa pérdida empecé a llamar a esas familias y a pedirles que nos ayudaran a entender por qué la vida parroquial era difícil de navegar con bebés y niños pequeños.

Casi todas las familias dijeron que se consideraban miembros de la iglesia y algunas seguían haciendo donaciones regularmente. Me explicaron que no podían ir a la iglesia porque no tenían tiempo o porque hallaban que llevar a sus hijos a la iglesia era demasiado difícil para ellos como padres.

El reto
Su reto se convirtió en mi reto. Decidí iniciar conversaciones en la parroquia sobre maneras de hacer que esas 33 familias regresaran a nosotros. Me empecé a preguntar si de alguna manera ese vacío estaría contribuyendo al declive sistémico de las iglesias tradicionales. Tal vez el declive sistémico no era un éxodo masivo de feligreses de nuestras parroquias, sino más bien una pérdida lenta causada por una avería en el conducto.

Así que, ¿cómo ocurre esa pérdida en el conducto? La definición de la Iglesia Episcopal de un declive sistémico es la falta de gente en edad de tener hijos en los bancos de las iglesias o, para decirlo más lisa y llanamente, más entierros que bautismos. ¿Quiénes son las personas en años de tener hijos y por qué no están en la iglesia? Hay muchas respuestas a estas preguntas: el tiempo, las prioridades, la dificultad de equilibrar la fe, el trabajo y la familia.

Un estudio del conducto
Antes de servir en St. Elizabeth’s trabajé a tiempo parcial como una nueva sacerdote y una nueva madre en la Iglesia del Espíritu Santo en Wayland, Mass. Desde el primer día, con mi beba Margaret en brazos, los feligreses me preguntaban cómo se dirigiría la iglesia a la falta de familias con niños pequeños. Los feligreses estaban desilusionados porque habían puesto a prueba varios programas de estudios en la escuela parroquial, pero ninguno de ellos había atraído ni a las familias ni a los niños. Después de varias conversaciones sobre la pérdida en el conducto desde el embalse de familias en la comunidad hacia la iglesia, una feligresa, Kara Brewton, hizo un diagrama.

El diagrama muestra una serie de conductos que comienzan con el bautismo y siguen sin interrupciones por la participación en la escuela parroquial, en grupos de jóvenes o en programas de acólitos y que terminan con la graduación de la escuela secundaria. A menudo ocurre una avería en el conducto por falta de un programa de estudios o de un líder para la escuela parroquial, el grupo de jóvenes, el atrio transicional o los programas de acólitos. Las pérdidas pueden ser invisibles de domingo a domingo, pero con el correr del tiempo podían causar que se perdieran feligreses de la parroquia y que se interrumpiera el flujo de Formación Cristiana desde el bautismo hasta los adultos jóvenes en la iglesia.

Poner de relieve la falta de familias con bebés y niños pequeños como parte del conducto fue una idea nueva para mí. Los padres en el vacío ni siquiera se habían tenido en consideración cuando se hizo el primer diagrama del conducto. Creo que eso se debe a que la falta de niños menores de tres años de edad y de sus padres es algo que se acepta sin cuestionarlo en muchas iglesias episcopales. Pero si los padres de bebés y niños pequeños son una parte con pérdidas para muchas iglesias episcopales, ¿podrá ser que ese vacío disminuya las ventajas que un programa de formación cristiana sin pérdidas de niños y jóvenes de 3 a 18 años de edad ofrezca a una parroquia?

Empleando la metáfora del conducto, los feligreses encararon el reto realizando un simple mantenimiento de su escuela parroquial preguntándose sencillamente qué podrían hacer mejor y a quiénes no sirve el programa actual.

Arreglar el conducto
Fue con este espíritu de mantenimiento que a algunos de los maestros de la escuela parroquial de St. Elizabeth’s se les ocurrió una idea para llenar el vacío. Los maestros aplicaron estas preguntas de mantenimiento e identificaron a las familias con bebés y niños pequeños como el objetivo para mejorar. Los maestros hallaron que había necesidad de tener un programa para niños demasiado grandes para la guardería pero demasiado pequeños para la escuela parroquial y crearon un nuevo espacio específicamente para ellos, el Atrio Transicional. La educadora eclesiástica Beth Santomenna describe el programa: “Los niños en el atrio transicional empiezan a explorar los ritmos tranquilos de la Catequesis del Buen Pastor aprendiendo a enamorarse de Dios, explorando actividades prácticas de la vida y trabajando con materiales adecuados para su nivel de desarrollo, cantando canciones y uniéndose en oración”.

El programa fue un éxito al cumplir con las necesidades de una variedad de familias: las que tenían hijos de 3 años de edad que todavía no estaban listos para la escuela parroquial, así como las familias con niños con problemas del desarrollo. Pero los niños no eran los únicos que estaban recibiendo los beneficios del nuevo programa. Cuando me fijé en la lista de niños que asistían al atrio de transición hallé que sus padres participaban en otra iniciativa para llenar el vacío: una serie de Salidas Nocturnas de Padres.

Salidas Nocturnas para Padres atrajo a padres que normalmente no hubieran estado en la iglesia para nada. Estos eventos sociales especiales, que incluyen cuidar a sus hijos, dieron a los padres un lugar para conocerse fuera del servicio religioso dominical. Al principio pensé que esas iniciativas remplazarían la participación los domingos, pero para mi gran sorpresa esas pequeñas iniciativas aumentaron la participación de los padres en la categoría del vacío, reparando una posible pérdida en el conducto.

El conducto no es algo que conduce a cientos de personas a las iglesias. En lugar de ello, es sobre el poder de la transmisión de la fe mediante intentos individuales. La metáfora reproduce la manera en que Jesús llamaba a sus discípulos: Andrés se lo dijo a su hermano Pedro, que se lo dijo a otros. El principio del conducto para los doce discípulos de Jesús pudo haber sido pequeño, pero es así como se diseminó el cristianismo por el mundo antiguo y lo sigue haciendo en la actualidad.

En mi búsqueda de soluciones encontré respuestas en las mentes de feligreses que eran los Andreses y Pedros en sus comunidades. Al examinar su parte del conducto, esos feligreses presentaron ideas creativas, como un nuevo programa de estudios para la escuela de Espíritu Santo y eventos de Salida Nocturna de los Padres en St. Elizabeth’s.

Para que otros tengan la oportunidad de aprender más sobre el amor de Dios y estar inspirados por las enseñanzas de Cristo de amar al prójimo, todos nosotros en el ministerio parroquial debemos transmitir la fe persona por persona. Ofrezco la metáfora del conducto a una iglesia preocupada por la disminución de sus números como una manera diferente de encarar el reto de un declive sistémico. Al cambiar la concentración de los grandes números a la calidad del conducto de la transmisión de la fe podemos aumentar la disponibilidad del caudal de agua viva de nuestra fe. Porque por más disponible que esté el caudal de agua viva de nuestra fe, no apagaremos nuestra sed si el conducto tiene pérdidas o averiado.

Valerie Bailey Fischer fue rectora adjunta de St. Elizabeth’s en Sudbury, Massachusetts y en la Iglesia del Espíritu Santo en Wayland, Massachusetts. Recientemente aceptó la llamada de ser rectora de la Iglesia Episcopal St. Mark’s en Teaneck, Nueva Jersey.

Recursos

This article is part of the July 2011 Vestry Papers issue on Connecting Generations