March 2015
Advocacy

Una voz para los que no tienen voz

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“El Señor ha puesto su Espíritu en mí, porque me eligió para anunciar lasbuenas noticias a los pobres. Me envió a contarles a los prisioneros que serán liberados. A contarles a los ciegos que verán de nuevo, y a liberar a los oprimidos; para anunciar que este año el Señormostrará su bondad”. – Lucas 4:18-19

Lucas 4:16-19 es uno de los pasajes bíblicos más poderosos sobre justicia social. Muchas personas pensamos que estas líneas trazan el camino que los Cristianos debiésemos seguir para hacer posible el advenimiento y total establecimiento del reino de Dios en la tierra.

El texto es indudablemente el profético bosquejo de un programa sobre la justicia pronunciado con tono profético. Forma parte del trasfondo bíblico de nuestra promesa bautismal y sirve como fundamento bíblico y teológico a muchos Cristianos que han abierto sus corazones al llamado a salir en defensa de los más vulnerables, de los que no tienen voz en la sociedad, y de los marginados. Se convirtió en un compañero de camino para mí, en las palabras que repetía buscando encontrarme con el rostro resuelto de Jesús de Nazaret aquel sábado en la sinagoga. Se convirtió en la fuente donde encontré mis argumentos más sólidos para explicar mi decisión de servir a la comunidad haitiana en la República Dominicana. También me sirvió como inspiración cuando serví a feligresías y organizaciones comunitarias al servicio de los inmigrantes en el área Metropolitana de Washington.

El abogar por los más pobres y menos afortunados puede moverse en muchas direcciones y adoptar diversas formas. En mi caso tomó el camino de apoyar la causa de millones de inmigrantes que luchan, oran y se afanan por regularizar su condición inmigratoria en esta nación. También el de apoyar los esfuerzos realizados por organizaciones comunitarias en sus luchas por crear espacios para ofrecer seguridad y oportunidades educativas a jornaleros que día a día salen de sus casas con la esperanza de que alguien los contrate por unas horas para poder alimentar a sus familias.

Como estas cosas requieren tiempo y dedicación constantes, tuve que aprender a negociar con las exigencias del cargo de canónigo misionero para los Ministerios Latinos en la Diócesis de Washington y con las feligresías a las que atendía. La negociación más difícil fue la que tuve que hacer con mi propia familia, pues muchas veces llegaba tarde o no llegaba a tiempo para compartir con ellos la cena. Lucas 4: 16-19, tomado en serio, provoca trastornos de horario y hasta nos trae opiniones adversas.

Mi determinación por servir a los inmigrantes y a los jornaleros, así como a sus familias me llevó a identificar tres formas de ofrecerme como presencia, voz, y apoyo.

Apoyo para los jornaleros

Primero, me uní a pastores, líderes comunitarios, y funcionarios de la ciudad de Gaithersburg en el condado de Montgomery. Allí se debatía el futuro de los jornaleros, la mayor parte de ellos Latinos, que a diario se reunían en el estacionamiento de un 7-Eleven. Los jornaleros eran un verdadero problema tanto para los vecinos como para el alcalde y la policía. Un grupo de pastores Metodistas y Católicos Romanos comenzaron a organizarse para tratar de encontrar una solución. Yo creí que la presencia Episcopal era importante y decidí ayudar. Poco a poco fui consiguiendo el apoyo del rector y miembros de las feligresías en las que me desempeñaba, hasta el punto de contar con ellos para llevar desayuno a los jornaleros y asistir a las reuniones del concejo municipal en las que se trataba el tema. Identificaron un lugar donde se modificaron unos tráileres para que no sólo fueran salas de espera, sino también en lugar para aprender inglés y asistir a cursos de desarrollo personal. La comunidad eclesiástica de la Ascensión decidió crear un comité, que todavía, sigue trabajando en asuntos relacionados con inmigración. 

Testimonio público

Segundo, me uní a CASA de Maryland, una gran organización dedicada a identificar las necesidades de la comunidad y a identificar personas, organismos, y funcionarios estatales con los que pudiera contar para llevar a cabo su misión. Fui invitado a integrar la junta de directiva de CASA y posteriormente me desempeñe como su presidente.

Como parte de mis actividades en CASA participé en marchas frente al Capitolio, acompañé a grupos de inmigrantes al Senado de EE UU en ocasión de voto sobre la reforma de la ley de inmigración, acompañé a los Soñadores y rendí mi testimonio ante el Senado del Estado de Maryland, participé en vigilias de protesta por el maltrato policial de las minorías, ofrecí invocaciones en marchas de apoyo a empleadas domésticas maltratadas por sus empleadores, participé en manifestaciones de trabajadores de la limpieza, y enseñé de inglés. Siempre me acompañaban miembros del ministerio Latino de la Diócesis y de las feligresías que servía.

Ser visible

Tercero, acompañé a gente de la comunidad a los tribunales, especialmente a los asistían a ellos por asunto inmigratorio. Un cuello clerical dice mucho a los jueces sobre el carácter moral de aquellos a quienes acompaña y además es un gran apoyo para la familia. Esperar las decisiones de los jueces requiere una gran cantidad de tiempo y energía. Muchas de las personas a quienes acompañaba estaban en proceso de ser deportadas o habían cometido delitos menores. Muchos de ellos no eran miembros de las congregaciones a las que servía; llegaban a mí por referencia y encontraban en mí y en miembros de las feligresías la comunidad universal que les ofreció Dios cuando comenzaron a transitar su camino.

Estas son algunas de las cosas que podemos hacer como Cristianos, independientemente de si somos laicos o miembros del sacerdocio, para apoyar a los menos afortunados que luchan por encontrar un espacio en el mundo, un mundo que Dios creó con todos los seres humanos en mente.

Simón Bautista Betances nació y se crió en la República Dominicana. Fue ordenado como sacerdote católico en 1987 después de haber obtenido su licenciatura en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, y completar sus estudios teológicos en el Seminario Santo Tomás de Aquino, ambos en Santo Domingo. Más tarde regresó a enseñar filosofía en su universidad. Él sirvió a la comunidad inmigrantes haitianos en la República Dominicana por 12 años. Durante su ministerio en la República Dominicana, se desempeñó como pastor en dos parroquias y como el director del Centro Nacional de inmigrantes Haitianos, una entidad sin ánimo de lucro de la Iglesia Católica Romana.

Simón ha vivido en los Estados Unidos desde 1993. En 2004, fue recibido en la Iglesia Episcopal, sirviendo en la Diócesis Episcopal de Washington como canónigo para los Ministerios Latinos y posteriormente llegó a la Catedral en el 2014. Además, se desempeña como capellán de la Cámara de Obispos, cargo que ha ocupado durante cinco años. Simón está casado con Amarilis Vargas y tienen cuatro hijos: María Teresa, Simón Antonio, María Leaquina y Amarilis de los Ángeles-Lili.

Recursos

This article is part of the March 2015 Vestry Papers issue on Advocacy