May 2015
Facing Leadership Challenges

Herramientas para comunidades sanas

Este artículo está disponible en inglés aquí

¿Cómo podemos formar comunidades sanas en la Iglesia, grupos que comparten una visión común y trabajan juntos en armonía para lograrlo? ¿Cómo podemos sobreponernos a la tentación de alinearnos los unos en contra de los otros y batallar acerca de los temas a tratarse hasta que un lado “gana”? Si la Iglesia es una comunidad caracterizada por el amor, algo que sin lugar a dudas Jesús deseaba que lo sea, ¿cómo podemos aprender a vivir y trabajar juntos en armonía para alcanzar un objetivo común? 

Una fuente de inspiración y orientación pueden ser nuestras comunidades monásticas. Todas las comunidades monásticas – incluyendo la Sociedad San Juan Evangelista, la orden de la que soy hermano – viven según una Regla de Vida. Una Regla no es una simple lista de preceptos, sino una descripción de los valores y la identidad de la comunidad. Cuando alguien se une a comunidad monástica acuerda vivir según su Regla, prometiendo mantener y respetar esos valores compartidos. Por lo tanto, la vida monástica es una vida intencional, con propósitos y objetivos claros que moldean la manera en que sus miembros viven juntos. Al ofrecer una expresión clara de la identidad compartida del grupo, la Regla monástica puede ser un modelo útil para las comunidades parroquiales que deseen moldear su propia vida compartida mediante la creación de una alianza, declaración de misión o algún otro documento. 

Una de las cualidades más importantes de una Regla monástica es que en descriptiva y prescriptiva. Describe la manera en que la comunidad tiene la intención de vivir, explicando cómo se toman las decisiones, cómo se comparte la responsabilidad, cómo se incorporan nuevos miembros, etc. También es prescriptiva: si la comunidad se aparta de estas prácticas o pierde su concentración, la Regla nos retorna amable pero firmemente a nuestra intención original. En nuestra comunidad se lee diariamente un capítulo de la Regla en voz alta a los Hermanos para recordarnos nuestro compromiso compartido. 

La Regla de SSJE nos ayuda especialmente a vivir juntos nombrando directamente los retos que enfrenta nuestra comunidad. Nos llama “a aceptar con compasión y humildad” las flaquezas específicas de cada Hermano. Nos pide que “honremos el misterio presente en los corazones de nuestros hermanos y hermanas” y que reconozcamos “que sólo Dios los conoce como realmente son”. Reconoce que “las tensiones y la fricción están inevitablemente entretejidas en la trama de la vida diaria”, pero nos asegura “que no se las debe considerar como signos de fracaso, [dado] que Cristo las emplea para nuestra conversión a medida que crecemos en paciencia mutua y aprendemos a dejar de lado el orgullo que nos impulsa a controlar y reformar [al prójimo] en nuestros propios términos”. La Regla expresa lo que se espera de los líderes de la comunidad y de cada uno de sus miembros. Nos encarece que apoyemos las decisiones que haya tomado la comunidad, incluso si no reflejan la opción que hubiéramos preferido. Nos enseña a reparar la trama de la vida comunitaria cuando está desgarrada por la discordia o los conflictos internos. Cuando vivimos en comunidad, reconocemos nuestra necesidad de perdonar y de ser perdonados a diario. La Regla nos enseña a apoyarnos y a orar los unos por los otros, haciendo que ese perdón sea posible.

Por mi propia experiencia, creo que otras comunidades en la Iglesia – feligresías, juntas parroquiales, grupos de oración, grupos de jóvenes y otros similares – se podrían beneficiar de una “Regla” o de una “Alianza” compartidas. Imaginen un documento que describa el propósito y la identidad de su grupo y que indique las maneras en que espera alcanzar su propósito. ¿Pueden ustedes especificar cómo desean interactuar entre sí, que valores desean respetar y defender, qué reglamentaciones pueden todos acordar observar? Un documento de esa índole podrá expresar su misión, describir cómo se tomarán las decisiones y mantener los ideales compartidos del grupo. En las comunidades monásticas, todos estos elementos están contenidos en la Regla de Vida. Independientemente de la forma que adopte su documento, la alianza debe ser exclusiva de su grupo y de sus necesidades: tan individual como su comunidad y sus inquietudes. 

La creación y el mantenimiento de alianzas están entretejidos en toda la historia de nuestra vida con Dios. Como parte de la alianza que Dios realizó con el pueblo de Israel, Dios le dio la Ley para orientarlo y sentar los valores que debían regir su relación con Dios y entre sí. Cuando se empleó para ese propósito, demostró ser una guía muy buena. Pero cuando se empleó erróneamente – para justificar a algunos y condenar a otros – se convirtió en un instrumento de división y opresión. La ley en sí no fue un fin, sino un medio para un fin. De la misma manera, una Regla o una alianza no son de por sí el fin, sino un medio para el fin. Cuando se emplean bien, nos pueden ayudar a vivir juntos en armonía, colaboración y un claro sentido de propósito compartido. Puede ser un instrumento de unidad y de salud que nos ayuda a permanecer concentrados en nuestra misión y que nos une en amor. 

Pruebe lo siguiente 

1. ¿Se beneficiaría su grupo de crear un documento de alianza? Invite a su grupo a hacer una autoevaluación contestando las siguientes preguntas:

• ¿Qué está yendo bien?
• ¿Qué nos preocupa?
• ¿Qué nos gustaría ver a medida que seguimos adelante?

Les podrá resultar útil tener a alguien que tome apuntes durante la conversación. ¿Cuáles son las palabras comunes y los puntos de desacuerdo? Las ideas que surjan de esa conversación podrán señalar las inquietudes o alegrías que se podrían incorporar a una alianza, si deciden que tener una podría ser útil para su grupo.

2. Si los integrantes de su grupo saben que les gustaría crear una alianza, empiecen eligiendo las preguntas que les gustaría discutir juntos. Por ejemplo:

• ¿Cuál es su propósito? ¿Qué esperamos ser y hacer?
• ¿Qué valores deseamos encarnar como grupo?
• ¿Cómo trabajaremos juntos para lograr ese propósito a la vez que encarnaremos estos valores?
• ¿Cómo manejaremos los desacuerdos o los conflictos en el grupo?
• ¿Cómo nos apoyaremos y animaremos los unos a los otros?
• ¿Qué acordaremos hacer juntos en cada reunión, en cada temporada y anualmente?

Destinen tiempo para reflexionar, tal vez en casa. Pídanles a todos los miembros del grupo que aporten respuestas y que busquen temas comunes. Vean si pueden resumir los puntos más importantes en un enunciado de misión o en una simple Regla de Vida. El objetivo es crear algo útil, un documento que guíe al grupo y que lo mantenga concentrado en su propósito y valores.

3. Jesús no podría haber elegido un grupo más diverso que sus discípulos. Sabemos por este ejemplo, así como por nuestras propias experiencias, que las comunidades que dan más vida a menudo no son las más homogéneas, sino las más diversas. La unidad no requiere uniformidad.

Si su grupo está teniendo luchas o conflictos internos, les puede resultar significativo reflexionar sobre su diversidad como grupo. Identifiquen lo que cada miembro aporta a sus vidas en común y escriban los dones y las perspectivas únicas de cada miembro. Busquen la raíz de las diferencias que los estén dividiendo. Expresen juntos cómo su diversidad es una fuerza, en lugar de un impedimento.

Nota: La Regla de la Sociedad San Juan Evangelista (Rule of the Society of Saint John the Evangelist), una orden religiosa para hombres en la Iglesia Episcopal/Anglicana, se puede encontrar en el sitio web de la comunidad, www.ssje.org.

El hermano David Vryhof, SSJE es sacerdote episcopal y miembro de la Sociedad San Juan Evangelista, una orden religiosa para hombres en la Inglesia Episcopal. Es maestro y director espiritual con gran experiencia. En la actualidad se desempena como Guardián Novico, trabajando con los hombres que se unen recientemente a las communidad. Para obtener más información sobre la Sociedad San Juan Evangelista (Society of Saint John the Evangelist), viste el sitio web de la Sociedad, en www.ssje.org.

This article is part of the May 2015 Vestry Papers issue on Facing Leadership Challenges