May 2012
Governance

Nuestra Llamada al Liderazgo

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Creo que la Gente de Color tiene un cometido especial hacia el liderazgo en la iglesia estadounidense contemporánea. Si bien la Gente de Color, especialmente los hispanos, somos el segmento de mayor crecimiento de la población general de EE UU, estamos muy pobremente representados en los bancos de las iglesias episcopales de Estados Unidos y mucho más aún en los rangos ascendentes del liderazgo, especialmente a los niveles diocesano, provincial y de la iglesia en general. Hay algunas iglesias que son predominantemente “históricamente afroamericanas” o “sudanesas” o “hmong” o “hispanas” o están situadas en las reservaciones de nativos americanos, pero el hecho es que muchas diócesis luchan por incorporar a no anglos a feligresías que rinden culto en partes en que los no anglos son un alto y creciente porcentaje de la demografía local.

Si se puede generalizar, la Gente de Color tiende a caer en dos categorías. Están aquellos que como yo descienden de padres inmigrantes, pero que ellos mismos no son inmigrantes porque nacieron y se criaron en la Ciudad de Nueva York y en Detroit, Michigan. Después están aquellos como mis dos tías, ambas de aproximadamente mi misma edad, que emigraron de China en la adolescencia vía Hong Kong. Los hispanos tienen patrones similares, una comunidad que a menudo incluye una mezcla de inmigrantes directos y de descendientes de inmigrantes tan americanizados como lo soy yo.

Nuestros patrones de afiliación a iglesias son tan variados como nosotros. Nuestros padres, cuyos primeros idiomas son los idiomas de sus niñeces y de sus países de origen, a menudo se sienten más cómodos rindiendo culto con gente que comparte su idioma y herencia cultura. En el culto se pueden relajar y permitir que la liturgia y las oraciones los transporten sin el esfuerzo adicional de traducir y encontrar el vocabulario correcto de respuestas.

Sin embargo, a muchos de sus descendientes nacidos en Estados Unidos nos resulta más cómodo el inglés; queremos ser parte del grupo si podemos encontrar una feligresía que no sólo nos ‘da la bienvenida’, sino que también es cálida y nos invita afirmativamente. Es ahí donde se encuentran las diferencias. Si bien somos estadounidenses, también somos culturalmente extranjeros en el sentido de que nos formamos en el idioma de nuestros padres y abuelos y que nos impartieron la cultura y los valores de nuestros antepasados.

Recientemente, en enero de este año, participé en una consulta sobre Liderazgo Alternativo y Capacitación Teológica (Alternative Leadership and Theological Training) en Oklahoma a la que asistieron líderes laicos y del clero que representaban principalmente a los cuatro principales agrupamientos étnicos de ministerios en la Iglesia Episcopal: el asiático-americano, el negro (afroamericano, afrocaribeño y africano), el latino/hispano y el indígena (incluyendo los nativos de Alaska y Hawái). Lo que fue sorprendente para muchos de nosotros fue encontrar un número de similitudes en nuestras experiencias moldeadas por la cultura no dominante. Evidentemente, sería impreciso extrapolar y alegar hechos basados en historias anecdóticas de unas cuarenta personas pero, sin embargo, a los que estuvimos ahí reunidos nos impresionó la presencia de muchos valores compartidos enraizados en culturas e inculcados.

Por ejemplo, descubrimos una reticencia a reclamar nuestro lugar al frente, especialmente cuando claramente poseemos los dones y el carisma del liderazgo, a menudo quedándonos en la retaguardia, esperando recibir una invitación afirmativa. Si usted supusiera que nuestra reticencia surge de una falta de confianza en nosotros mismos o de valentía, estaría equivocado. En lugar de ello, nuestra reticencia emana de la noción de honrar la opinión y el criterio de los mayores y de los que ocupan puestos de liderazgo y, por lo tanto, deseamos darles el espacio necesario para que nos inviten a dar ese paso adelante. Queremos que nos lo pidan, queremos avanzar, queremos ofrecernos y ofrecer nuestros dones para el mayor bien, pero nuestros valores culturales requieren que esperemos a que nos inviten. Para muchos de nosotros, la Gente de Color, esta ética puede ser tan fuerte como el imperativo moral de los mandamientos de no mentir o de no rendir falsos testimonios.

Otro ejemplo es interrumpir o cortar a alguien que esté hablando, especialmente una persona mayor o un líder, incluso si sus datos están errados. No señalamos errores de hechos, pero sí aceptamos el mayor valor de “salvar las apariencias” y permitir que la persona mayor o el líder se corrijan a sí mismos. Si decimos algo, probablemente será hacer una pregunta aclaratoria de manera tal que haga suponer que nosotros estamos equivocados en nuestras suposiciones. Así que una pregunta podrá ser, por ejemplo, “¿Estoy errado al suponer…?”, en lugar de una pregunta retadora como “¿Acaso no quiere decir…?” La primera supone que yo puedo estar equivocado, mientras que la segunda supone que el que está equivocado es usted. Hay una postura inherente de humildad en la manera en que la Gente de Color vive el cuarto mandamiento de honrar a nuestros padres y madres.

En algunas culturas, como las de las tribus de nativos americanos, las respuestas a veces se dan en la forma de narrar una historia que establece nuestra relación no sólo entre los presentes, sino con aquellos de los que deriva la respuesta. Para mucha Gente de Color las relaciones son primarias y la transmisión de información secundaria, algo que puede ser muy frustrante para la gente orientada hacia metas y tareas y para los que trabajan con fechas rígidas, con los consiguientes malos entendidos. Por lo tanto, una conversación o una reunión pueden ser prolongadas si se realizan de una manera culturalmente sensible hacia cierta Gente de Color. A diferencia de ello, si esa misma conversación o reunión tuvieran lugar estrictamente según las normas dominantes en Estados Unidos, los de una cultura no anglo sentirían que es muy irrespetuosa, manipulativa y apresurada.

Estoy de acuerdo con los críticos que dicen que la Gente de Color debe realizar algunos ajustes para aprender a asimilarse a los métodos de comunicación de la cultura anglo dominante y diría, asimismo, que los miembros de la cultura dominante -- y especialmente los que ocupan puestos de liderazgo -- también deben aprender a adaptarse a los patrones de comunicación de las diversas comunidades de color que viven en Estados Unidos. La adaptación debe ser en ambas direcciones por un sentido de amor cristiano por el prójimo que no juzga ni presume superioridad o inferioridad y que no valora más la eficiencia que las relaciones. Me parece irónico que en la Iglesia Episcopal, cuyo propio Libro de Oración Común dice que la misión de la Iglesia es restituirnos a Dios y entre nosotros en Dios mediante Cristo, nos comportemos hacia la misión y el ministerio como si la cultura anglo dominante fuera la única correcta que seguir.

En la actualidad, el Desarrollo Comunitario Basado en Activos (Asset Based Community Development, ABCD) es una metodología popular de acercarse a las comunidades insuficientemente atendidas y representadas. Uno de los principios fundamentales del ABCD es identificar y utilizar más plenamente los dones y carismas de la gente que vive en esas comunidades, que son principalmente comunidades de color. La concentración en los puntos fuertes de esas comunidades es digna de encomio. Sin embargo, debo advertirles a mis hermanos y hermanas anglo que resistan la tendencia a enmarcar esos puntos fuertes y dones en términos que se refieran a los puntos fuertes y dones más prevalentes en la cultura anglo que en las comunidades de color.

Finalmente, la responsabilidad de conocer nuestros propios sesgos y lentes, incluyendo admitir que esos sesgos y lentes existen, es de suma importancia y cae en los hombros de la cultura dominante. La carga casi constante de “traducir” nuestras (las de la Gente de Color) diferencias culturales en formas que la cultura dominante pueda entender fácilmente es lo que causa que tengamos el gesto de resignación que a veces se ve en nuestros rostros. Es una carga muy pesada tener que ser siempre los maestros, especialmente cuando a menudo percibimos que nuestros alumnos ni siquiera están tratando de aprender.

Mi observación para mis hermanos y hermanas de color es que nuestro cometido único como Personas de Color es seguir presentándonos y traduciendo de la misma manera en que el llamado especial de los cristianos es seguir presentándose y traduciendo los valores de seguir a Cristo en lugar de seguir el dinero y el poder. Y, añadiría para mis hermanos y hermanas de color, que sí den ese paso adelante ante el menor indicio de invitación, incluso de invitaciones no expresadas con palabras, y que ocupen sus puestos en los consejos de la iglesia, porque ustedes tienen algo valioso que añadir a la realización del reino de Dios en el presente. Son los pobres, los mansos, los marginados los que tienen los dones de bendecir el régimen dominante.

Lelanda Lee es miembro del Consejo Ejecutivo. Encuentre su blog “What a cup of tea” aquí: http://whatacupoftea.blogspot.com/

Recursos

Consulta sobre Liderazgo Alternativo y Capacitación Teológica
Ministerios asiático-americanos
Ministerios negros
Ministerios Indígenas
Ministerios Latinos/Hispanos
Desarrollo Comunitario Basado en Activos

This article is part of the May 2012 Vestry Papers issue on Governance