September 2014
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Conviértase En Lo Que Recibe: El Cuerpo De Cristo

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“… lo que veis es simplemente pan y un cáliz. A estas cosas, hermanos míos, las llamamos sacramentos, porque en ellas es una cosa la que se ve y otra la que se entiende. Lo que se ve tiene forma corporal; lo que se entiende posee fruto espiritual. Por tanto, si quieres entender el cuerpo de Cristo, escucha al Apóstol, que dice a los fieles: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros. En consecuencia, si vosotros sois el cuerpo y los miembros de Cristo, sobre la mesa del Señor está el misterio que sois vosotros mismos y recibís el misterio que sois vosotros. A lo que sois respondéis con el Amén, y con vuestra respuesta lo rubricáis. Se te dice: "El Cuerpo de Cristo", y respondes: "Amén". Sé miembro del cuerpo de Cristo para que sea auténtico el Amén”.

San Agustín de Hipona, pasajes del Sermón No. 272


Alrededor de la fecha en que estaba hablando con el comité de búsqueda de St. George, Valley Lee – la parroquia a la que sirvo – estaba hablando con un número de otras feligresías. Parte de la expectativa de lo que en ese entonces era mi coadjutoría en la Diócesis de Chicago era que yo pudiera permanecer y ayudar a que las feligresías crecieran. Pero muchas de las iglesias de la diócesis que me presentaron para que las considerara no parecían estar listas.

Sin embargo, hubo algo especial sobre St. George, y no era que parecía ser una feligresía feliz. Acababan de pasar por una década ardua. Estaban empezando a sentirse exhaustos, los fondos y los números estaban decreciendo y los que estaban en los extremos estaban tan hartos de verse las caras que también se habían dispersado. Los que permanecieron eran el pilar fiel y, según creían, el Dios al que anhelaban seguir los estaba invitando a una profunda nueva esperanza. No sabían exactamente qué era y yo no diría que estaban listos para el cambio, pero sí diría que estaban más listos que ninguna de las otras feligresías que yo había visto hasta el momento. Habían enfrentado los enormes problemas relacionados con tratar de administrar una iglesia como un club para sus miembros o como un negocio con ánimo de lucro. Pelearon y perdieron, y lo que les quedó al final de la lucha fue que en ese tipo de lucha todos son perdedores.

Estaban tan listos que hasta ellos se dieron cuenta de que deberían ser una iglesia. Cuando recibí la llamada de la junta parroquial esa noche, admito que yo también estaba un poco nervioso e incierto sobre lo que Dios quería que fuera nuestro futuro, pero Dios ya nos estaba dando el “sí”.

Me gustaría poder decir que las feligresías puedan mirar hacia el futuro de Dios sin tener que pasar por el dolor que sufrió St. George. Estoy seguro de que hay muchas historias de cambios positivos. El sufrimiento no es un requisito previo a las transformaciones, pero la realidad es que a menudo es un maestro sumamente efectivo.

Independientemente de cómo llegue uno allí, la lección es la misma: los pueblos deben aprende a conocerse a sí mismos. En la actualidad, las comunidades de fe están llamadas a conocerse a sí mismas como el bienamado Pueblo de Dios que se convierte, cuando se reúne, literalmente en el Cuerpo de Cristo. Aprender esa lección también implica desaprender otras: dejar de lado que somos, para algunos, una empresa sin ánimo de lucro, una capilla familiar o, para otros más, una entidad con participación voluntaria. Conocerse a uno mismo como el Cuerpo de Cristo requiere liderazgo pastoral, muchísima paciencia y líderes que son teólogos prácticos, personas absolutamente comprometidas a vivir en una comunidad no porque es una expectativa laboral, sino porque esa es la única manera en que todos los órdenes variados de ministros, sacerdotes, diáconos y legos vendrán a oír lo que Dios había estado diciendo todo el tiempo.

Es aquí donde pensar teológicamente entra en juego. La teología, en su base, no es sólo el lenguaje que usamos para hablar sobre Dios, sino que es el lenguaje de Dios. Por lo tanto, pensar teológicamente escuchar a Dios y, según sea necesario, traducir la presencia de Dios a los que todavía están obsesionados con la ausencia de Dios.

Las maneras específicas en las que nos invitaron a pensar teológicamente en Valley Lee, Maryland, son específicas de este lugar en ese momento. Pero hay una cosa que practicamos que cualquiera puede probar y que, de hecho, todos deberían probar: tratamos todo, sí, todo, como una oportunidad de aprendizaje. Cuando, por ejemplo, un padre y un hijo que estaban sin hogar acudieron a nosotros para que los ayudáramos a encontrar una habitación de hotel, nos reunimos con otros líderes de instituciones de fe y de servicios sociales. Esa reunión generó la creación de un programa de todo el condado de refugios para los sin hogar en los edificios de nuestras iglesias durante los meses de invierno. Cuando se invitó a St. George a que fuera uno de los primeros sitios de refugio, nuestro liderazgo mantuvo la conversación centrada en la justicia y dedicamos mucho tiempo a escuchar y enseñar. Un puñado de líderes nos criticó, pero seguimos orando los unos con los otros y seguimos invitando a Dios al proceso.

Cuando uno de esos líderes anteriormente dominantes se fue – el resultado directo de haber cambiado el carisma fundamental del ministerio de extensión de bondad a justicia, de darles cosas a ellos a disolver la falsa separación entre ellos y nosotros – enfrentamos un nuevo desafío: el dinero. La falta proyectada de dinero proveniente de los recaudadores de fondos condujo a una conversación sobre por qué hacemos estas cosas en primer lugar y, como escribí anteriormente, (http://www.ecfvp.org/vestrypapers/practicing-generosity/reframing-stewardship/), si podríamos vivir con menos ingresos de los recaudadores de fondos y, en lugar de ello, nos dispusiéramos a divertirnos, para enriquecer las relaciones en esta feligresía y con la comunidad en general.

Eso nos llevó a darnos cuenta de que podríamos vivir con menores ingresos si presupuestáramos nuestro dinero en dos categorías específicas: operaciones y ministerio. Aprendimos que podríamos financiar nuestras operaciones actuales con la generosidad de los que donan mediante las colectas habituales y que hacerlo permitiría que nuestros ministerios estuvieran más encabezados e impulsados por el Espíritu. En otras palabras, los ministerios pasaron a ser menos sobre programas y más sobre los corazones y las mentes de la gente.

Haber presupuestado nuestro dinero de estas maneras nos llevó a, por supuesto, entender la abundancia y los dones de nuestro tiempo y energía. En términos sencillos, vimos que había mucha más gente activa en nuestra feligresía y en la labor del Cuerpo de Cristo que lo que habíamos visto en primera instancia. No todos llenan nuestra temida tarjeta de promesa de donativo, pero donan, generosamente su tiempo, oraciones y dones a numerosas causas. Así que iniciamos nuestra colecta otoñal de mayordomía del año pasado sin las tarjetas de donativos. En lugar de ello enviamos una carta de invitación y una caja de sobres de donativos a todas las familias activas en nuestra feligresía y las invitamos a que donaran, y a que donaran lo más generosamente y con la frecuencia con que Dios los inspirara a hacerlo. Y lo hicieron. Hasta ahora, los donativos totales de este año exceden de lejos los donativos del año pasado en el mismo período.

Todas estas cosas tan específicas que se presentaron como oportunidades de aprendizaje para una feligresía cristiana en un lugar en el Condado de St. Mary, Maryland, nos ayudaron y sí, de tanto en tanto nos retaron a que consideráramos la manera en que Dios nos estaba invitando a ser iglesia. Todos los domingos, de pie en el altar, añadí una línea a la invitación a comulgar. El Libro de Oración indica que el celebrante dice: “Los Dones de Dios al Pueblo de Dios, y en lugar de añadir la frase optativa inserté una línea adaptada del sermón de San Agustín, impreso en parte más arriba: “Conviértanse en lo que reciben: el Cuerpo de Cristo”. Después de todo, el culto en el Día del Señor es sobre recibir el cuerpo de Cristo y convertirse en Él. Y ese es el único plan de negocios que, como institución, necesita la iglesia.

Pruebe lo siguiente:

  1. ¿Cuál es la teología del presupuesto de su iglesia? Más que la cantidad de dinero que pone junto a un cierto ítem, ¿qué realidades teológicas afirma o socava? ¿Es centralizado y controlado? ¿Descentralizad y generoso? ¿Optimista y dedicado a nueva vida? ¿Qué dicen esas cifras sobre Dios? ¿Sobre esta comunidad cristiana? ¿Sobre la naturaleza humana? 
  2. Haga una ‘auditoría de ministerio’ de su feligresía y al hacerlo piense más allá de los muros y de los programas de la iglesia en sí: ¿cuánto está el Pueblo de Dios está haciendo y dando al mundo? ¿Cómo puede la iglesia institucional posibilitar más de esa generosidad y preocuparse menos sobre organizar actividades en competencia? 
  3. Si todo es una oportunidad teológica de aprendizaje, ¿qué impide que aprendamos? Y, honestamente, ¿qué sería lo peor que podría pasar si el liderazgo de la iglesia dejara de hacer algo que hace habitualmente y empezara actuar de otras maneras?


Greg Syler es rector de la Iglesia Episcopal St. George en Valley Lee, Maryland, la parroquia anglicana continua más antigua de Maryland y, en la actualidad, una vibrante feligresía histórica en la Diócesis de Washington. Greg sirvió en el Consejo Diocesano, convoca el Clericus de la Región 6, es miembro del comité directivo del Sur de Maryland y un líder en los ministerios episcopales colaborativos en el sur de Maryland. También ayudó a prever y crear y, junto con otros, está a cargo del Campamento EDOW, el primer campamento veraniego para los niños y los jóvenes de la diócesis.

Recursos

This article is part of the September 2014 Vestry Papers issue on Sharing Our Gifts