May 2016
Transition and Change

Un puente para el cambio

This article is also available in English here. Este artículo está disponible en ingles aquí.

Hay momentos en que siento que toda mi vida ha sido una de transición y cambio. A veces los cambios fueron voluntarios, otros se debieron a circunstancias externas. Acepto que las transiciones son simplemente una parte de estar en este planeta. Ya sea si leemos, escuchamos o vemos las noticias, esa información nos presenta una imagen del mundo en el que vivimos que puede ser sobrecogedora. ¿Cómo podemos responder a lo que oímos, a lo que vemos, a lo que experimentamos en un mundo que parece estar cambiando más rápidamente que lo que podemos absorber?  

Como personas de fe, enfrentar estas realidades nos debería dejar saber que lo que tenemos ante nosotros es un reto bastante grande para la Iglesia y para nuestro entendimiento de quién es Dios en este mundo, así como en qué y cómo está trabajando Dios en medio de estas realidades. 

Creo que nuestra reacción a la transición y al cambio está intrínsecamente conectada a quienes somos. He descubierto que toda la gente tienne lo que llamo un “preentendimiento” de los cambios que nos presentan. A veces esto se conoce como el “equipaje” que traemos a todas las situaciones; yo prefiero llamarlo “preentendimiento”. 

Reconocer nuestros “preentendimientos”

Nuestro “preentendimiento” está moldeado por los efectos de nuestra historia personal, nuestros sesgos o prejuicios, nuestra cultura, por todos los sistemas sociales en los que funcionamos y especialmente por el idioma que hablamos, porque el idioma es el principal portador de los efectos de la historia y la cultura en nuestro momento actual de experimentar vida.

Sin embargo, rara vez estamos conscientes de estos “preentendimientos”, y sólo lo hacemos cuando no logramos entender algo muy “otro” que reta nuestro sentido de realidad, como una transición o un cambio inesperados. Para mí, un ejemplo temprano de esto ocurrió cuando estaba sirviendo como misionera en Honduras en la década de los 1980, cuando Centroamérica estaba en medio de una gran agitación política. Supuse que porque soy latina no habría ningún cambio en Latinoamérica que no podría manejar. Estaba TOTALMENTE EQUIVOCADA. Como estadounidense, crecí creyendo que tengo derechos inviolables. En Honduras me encontré pronunciándome por mis derechos con un rifle apuntándome.

En el seminario aprendí prácticas litúrgicas apropiadas empleando el Libro de Oración Común. Jamás imaginé la transición que tendría que realizar al trabajar con gente que no sabía leer ni escribir. Cursos en Teología Espiritual nos enseñan mucho sobre los patriarcas y las matriarcas de nuestra fe, pero ¿cómo explica uno una fe encontrada en gente analfabeta que describe su fe en términos de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa de Ávila cuando jamás oyeron de èl o ella?

Todos estos “preentendimientos” contribuyeron a un profundo sentido de humildad que a veces era difícil de aceptar, pero que era necesario en el rol de sacerdote en esas circunstancias. Aprendí a ser liderada por la gente, así como a ser una líder para ellos y ellas. También tomé conciencia de mi arrogancia espiritual.

El autoaprendizaje nunca cesa

Regresé a la Diócesis Episcopal del Oeste de Texas pensando que ahora estaba en casa y que todo sería como había imaginado el ministerio en la Iglesia Episcopal en Estados Unidos. Otra vez estuve TOTALMENTE EQUIVOCADA. La iglesita misionera en la que iba a servir había sido descrita como “una polvorienta iglesia abandonada en el centro de heroína de la ciudad”. El techo goteaba; las aulas de la escuela dominical estaban llenas hasta el cielorraso de viejos bancos y sillas polvorientos; y en mi primer domingo como rectora sólo vinieron seis personas.

Una mañana llegué a la Iglesia y vi que había cerca de 200 personas haciendo fila. Arrogantemente supuse que era porque habían oído que había una nueva sacerdote. Otra vez estuve TOTALMENTE EQUIVOCADA. Estaban esperando al Sr. Hernández, que tenía un ministerio de distribuir una caja de toronjas rojas a todos las personas que vinieran los miércoles por la mañana.

Esta fue una de esas veces en que experimentamos un sentido de distancia y lejanía de nuestra propia realidad. Estoy convencida de que es eso lo que hace que la comprensión sea tanto posible como necesaria. Requiere que dejemos nuestro mundo de lado -- en la mayor medida posible -- y permitir que la otredad aflore por sí sola. Esto puede ser difícil, especialmente cuando está relacionado con el cambio.

El miércoles siguiente hice café e invité a todos las personas a que vinieran a esperar el camión de las toronjas. Les pregunté cómo sabían sobre esta iglesia, cuánto tiempo habían vivido en el barrio y su experiencia en participar en esta iglesia. Me enteré que esta iglesita había desempeñado un papel muy importante en sus vidas: sus hijos e hijas habían sido bautizados y bautizadas ahí, habían enterrado gente mediante esta iglesia, se habían casado, etc. Ese tiempo de café y conversación, de esperar juntos y juntas, resultó ser una oportunidad para que la gente compartiera su conexión con esta pequeña iglesia de barrio. Experimenté el principio de una resurrección.

La clave para traer esta iglesita de vuelta a la vida era que yo estuviera abierta al cambio y dispuesta a adaptarme a lo que estaba expresando la comunidad como una necesidad de contar con un lugar de adoración en un barrio cambiante y problemático.

Salir de nuestras zonas de confort

Cuatro años después, había otro cambio en el horizonte. Me ofrecieron un trabajo en la Diócesis Episcopal de Los Ángeles como coordinadora diocesana de un ministerio multicultural. El rol involucraba trabajar con iglesias urbanas tales como feligresías históricas negras, feligresías asiáticas (chinas, japonesas, vietnamitas, filipinas, coreanas) y feligresías latinas. Después de que lo rechacé, me volvieron a ofrecer el puesto; empecé a pensar si tal vez esa podría ser una llamada de Dios y que estaba rehusando escuchar. Acepté el cargo, nuevamente en una vía de “transición y cambio”.

Cuando me mudé a Los Ángeles descubrí rápidamente la necesidad de deshacerme de la idea de que otras voces hablan con mis mismos significados. (Un aprendizaje importante para toda la gente). Necesitaba empezar a “sospechar”, por así decirlo, del hecho de que “no sé exactamente lo que puede ser una realidad específica para cara persona”. Tal vez dicho de otra manera: “¡Nuevamente tenía que dejar de lado mi arrogancia!”

Esta historia de mi trabajo inicial con el sacerdocio asiático sirve de ejemplo. Tuvimos una reunión, estábamos de acuerdo (o por lo menos esa era mi sensación) y después pidieron un descanso y todos fueron al baño. Debido a que todos eran hombres yo quedé excluida. A la media hora regresaron y me presentaron un plan para seguir adelante desde su punto de vista.

Trabajar con este grupo de sacerdotes asiáticos me cambió la vida. Estaba persuadida de que sin “escuchar desde el horizonte del otro” no puede haber conversación. Siempre había sospechado que la verdadera conversación ocurre cuando yo nunca seré la misma a causa de tu presencia y que tú nunca serás el mismo o la misma porque has estado en mi presencia. Es en ese momento que empezamos a pensar que tal vez “el caso puede ser algo diferente”. Tal vez el significado que le damos a la vida no es el mismo para toda la gente del mundo. Tal vez hay otra manera de experimentar a Dios y la mano de Dios en el mundo de la cual todavía no estamos conscientes.

Las transiciones continúan…

Desde Los Ángeles pasé a un cargo en el Centro de la Iglesia Episcopal en Nueva York, seguido por un retiro y un traslado a la Diócesis de Arizona. A los pocos meses empecé a trabajar en esa diócesis. Como canónica de un ministerio multicultural, trabajé con la comunidad sudanesa, empleando todo lo que había aprendido anteriormente. Juntos abrimos una feligresía sudanesa en Fénix; establecimos un programa de becas para ayudar a las personas de esa comunidad a asistir a la universidad y empezamos a ofrecerles retiros de liderazgo.

Posteriormente iniciamos una feligresía en español en la Catedral, La Trinidad Community. En la actualidad soy párroca en una feligresía hispanohablante que comparte espacio con la feligresía en la Iglesia Episcopal Santa María, en el oeste de Fénix. Nos reuníamos en Santa María por aproximadamente un año y después la iglesia se incendió. Tal vez era señal de que era hora de jubilación temprana. Sin embargo, las personas de esta misión siguieron asistiendo a la iglesia, aunque nos estábamos reuniendo debajo de un árbol. La Iglesia empezó a crecer. La Iglesia se reconstruyó, nos mudamos a un nuevo espacio y en la actualidad tenemos una miembresía de 350.

Estar abierto(a) al cambio

Cómo y por qué ocurren cambios y transiciones en nuestras vidas sigue siendo un misterio. Lo que sí sé es que son parte de la vida. La manera en que respondemos a ellos está enraizada profundamente en lo que somos cultural, social y especialmente espiritualmente. Aprender a manejar las transiciones se reduce a reconocer que todos los cambios realmente son una oportunidad para avanzar y no una traba que nos hace parar.

Hace años leí un librito sobre formar puentes y llegué a la conclusión de que podría aprender algo sobre estar abierta al cambio si aplicara alguno de sus principios, que les ofrezco a continuación:

  • Sé libre y flotante, pero firmemente basado(a) en una relación con Dios 
  • Acepta el hecho de que siempre habrá vientos fuertes que presentarán desafíos 
  • Recuerda que un buen puente debe aceptar que lo pisen y que le pasen vehículos por encima: los puentes son para eso 
  • Mantén un equilibrio: ejercita discernimiento al tomar decisiones y compara realidades contrastantes.

Carmen Guerrero, sacerdote episcopal, es pastora en la Iglesia Episcopal Santa María de Fénix, Arizona. Graduada de Sewanee, su ministerio ha incluido ser misionera en Honduras, sacerdote parroquial en las diócesis del Oeste Texas y Arizona, parte del personal diocesano en Los Ángeles y en Arizona, y Directora del Centro de Jubileo para la Iglesia Episcopal con sede en Nueva York.

¡No se pierda ningún número de Papeles de la Junta Parroquial! Inscríbase aquí para recibirlos sin cargo.


This article is part of the May 2016 Vestry Papers issue on Transition and Change