May 2013
Leadership in a Time of Crisis

Después de la Tormenta

This article is also available in English here. Este artículo está disponible en ingles aquí.

Estoy sentada mirando las últimas gotas de lluvia resbalar por las canaletas del techo. El sol se empieza a filtrar por los nubarrones grises que se están esfumando. La advertencia de tornado terminará dentro de media hora. Parece que esta vez la tormenta nos pasará de largo.

Pero mi mente se remonta a hace un año, cuando los tornados arrasaron Arlington (Texas) y vi en las noticias cómo un barrio tras de otro en los que vivía la gente de mi feligresía quedaban hechos trizas por esos remolinos de destrucción. Se me llenaron los ojos de lágrimas y caí de rodillas en oración, “Señor, protege a tus hijos. Sálvalos de la tormenta”.

A medida que se fue calmando el shock inicial tenía una sola cosa en mente: ¿Hay heridos? ¿Están todos bien?

Me puse en contacto con mi esposo. Él y los niños estaban a salvo, un poco conmocionados por la práctica de tormenta en la escuela, pero no hubo daños allí. Después traté de ponerme en contacto con las familias con niños pequeños y con los feligreses ancianos que vivían solos, dos lugares en los que el temor podría ser peor. Algunos estaban bien, pero otros no estaban contestando sus teléfonos.

Había 90 viviendas con las que tenía que ponerme en contacto, demasiadas para llamar a tiempo. Después se me ocurrió algo: podría pedir ayuda a la junta parroquial de St. Alban´s. Tenía un directorio de la parroquia archivado en mi teléfono. Lo dividí rápidamente en cuatro secciones y mandé mensajes por correo electrónico a todos los miembros de la junta parroquial con las siguientes instrucciones:

“Sigan esforzándose en ponerse en contacto con esta gente hasta que sepan cómo están. Después informen lo que averiguaron. Si hay algunos con los que no pudimos ponernos en contacto en 24 horas, tomaremos otras medidas”.
Llamé a la presidenta de nuestro equipo lego de cuidados pastorales y compartí mi plan con ella. Si bien había estado en el refugio de tornados de su casa cuando las alarmas todavía seguían sonando, había logrado hablar con sui esposo por teléfono y sabía que estaba bien, así que empezó a llamar a los miembros ancianos de la feligresía y terminó las llamadas a las familias jóvenes. Todos estaban bien.

En menos de nueve horas supimos que todos los feligreses que venían habitualmente a la iglesia estaban bien. A la mañana siguientes hasta oímos de los feligreses que venían a la iglesia de vez en cuando. Ninguno de nuestros 152 miembros estaba lesionado y ninguna vivienda estaba dañada. Un solo automóvil sufrió daños menores. Todo estaba bien…

¿De veras?

Los próximos pasos

Ahora que podía respirar y pensar, se me empezó a aclarar la mente. La gente de nuestra feligresía estaba a salvo, pero ¿cómo podríamos extender una mano a los que podrían necesitar ayuda? En menos de 24 horas se mandó una carta a todos los feligreses diciéndoles que todos estaban bien y preguntándoles cómo podríamos servir a la comunidad que nos rodeaba y que estaba sufriendo.

Al día siguiente visité lo que quedaba de la Iglesia Metodista de Arlington. Era Semana Santa y no tenían más un edificio para rendir culto. St. Alban’s no tiene un espacio que ofrecer: rendimos culto en el Teatro Arlington, donde nuestra feligresía llenaría todos los asientos en la mañana de Pascua y después sería la hora de la matiné del teatro.

Conscientes de lo que se siente al perder un edificio (nosotros perdimos el nuestro en el cisma de la Diócesis Episcopal de Fort Worth), quería ofrecer el apoyo que estuviera a mi alcance. Al visitar a algunos líderes metodistas me enteré que celebrarían la reunión de su junta directiva esa noche en el restaurante Applebee’s. La escuela secundaria cercana les permitía usar su cafetería los domingos, pero el servicio religioso matinal de Pascua se celebraría en el césped de la iglesia.

Recordé nuestras reuniones iniciales de personal en el Blue Cow Diner, las visitas pastorales en Starbucks y las reuniones de comités y de estudios en la Biblia en casas de gente.
Al mirar hacia el parqueo, reconocí a otra pastora metodista, una amiga mía del otro lado de la ciudad. Estaba capacitada como voluntaria UMCOR – la división de socorro en desastres de la iglesia metodista – y estaba allí con su gorra de béisbol y sus guantes de trabajo sacando escombros de los caminos para permitir que pasaran los vehículos de trabajo.

Irradiaba felicidad cuando nos saludamos. “¿Adivina de qué me acabo de enterar?”, dijo ella, “los jóvenes de esta iglesia han hecho un llamado a toda la iglesia para que se presenten aquí el sábado, en el parqueo de la iglesia, en pantalones vaqueros y botas de trabajo, con palas y guantes en mano con este mensaje: ‘Vamos a los barrios alrededor de la iglesia para ayudar a las familias cuyos hogares fueron destruidos por estas tormentas’”.

Se me derritió el corazón y lloré con mi amiga al recordar que también era la manera en que habíamos sobrevivido nuestra propia tormenta unos pocos años atrás.

Nuestra historia

Cuando las tormentas de disensión que habían estado formándose en nuestra diócesis por tanto tiempo finalmente estallaron en un cisma que dividió nuestra iglesia, nos reunimos con otros y adoptamos el reto de nuestra obispa primada con todo nuestro corazón cuando dijo: “No dirijan su concentración hacia adentro, hacia el dolor que todos hemos sufrido. Los destrozará. En lugar de ello concéntrese hacia afuera, hacia el mundo que los rodea y ayuden a sanar un mundo dolorido”.

Así que en St. Alban’s abrimos nuestros ojos para ver quiénes estaban necesitados a nuestro alrededor. Adoptamos esta declaración de misión: “Estamos llamados a ser las manos del Señor en este lugar, abiertas a todos, extendiéndolas a la comunidad y al mundo”. Buscamos maneras de servir en una escuela primaria en una zona de bajos ingresos, en el refugio cercano para los sin hogar y en las ollas populares locales. Y dedicamos al menos el 10% de nuestro ingreso prometido a proyectos de extensión… y vimos que incluso en tiempos difíciles siempre podríamos dar.

Cuatro años después todavía no tenemos edificios, pero nuestra feligresía ha crecido, nuestro presupuesto ha crecido y nuestros ministerios de extensión han crecido con ellos. La extensión sigue siendo el corazón de nuestra parroquia y ahora que tenemos niños y jóvenes estamos explorando maneras de pasarles esa visión… o en realidad estar nuevamente inspirados por sus corazones generosos, a medida que intentamos servir juntos a un mundo dolorido.

Cuando doblé ese día en la entrada de automóviles de la Iglesia Metodista, vi un letrero escrito a mano en un cartón grande que no había visto la primera vez que entré.

Decía:

“¡El Edificio puede estar caído, pero la Iglesia sigue en pie!”

Y hallé que mi corazón respondía espontáneamente:

“¡Amén! ¡Gracias a Dios! Amén.”

Resumen de nuestra reacción a la Crisis

  1. Orar.
  2. Ponerse en contacto rápidamente con todos compartiendo la responsabilidad con muchos líderes.
  3. Cambiar la concentración hacia afuera para sanar un mundo dolorido.

Pero, ¿y los edificios? Algún día podremos volver a estar llamados a ocuparnos de un edificio, pero por ahora tenemos las manos llenas con sólo ocuparnos de la iglesia y del mundo.

Melanie Barnett Wright es la sacerdote a cargo de la Iglesia Episcopal St. Alban's en la Diócesis de Fort Worth, Texas, una feligresía que se ha estado reuniendo en el Teatro Arlington desde el cisma de 2008. Visite su página Facebook para aprender más sobre esta feligresía vibrante.

This article is part of the May 2013 Vestry Papers issue on Leadership in a Time of Crisis