January 2021
Being Church In A Pandemic

Interconexión financiera en medio de la COVID-19

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Nota de la redacción: Este artículo es una adaptación de We Shall Be Changed: Questions for a Post-Pandemic Church, editado por Mark D. W. Edington y publicado por Church Publishing. El libro es una compilación de ensayos breves de líderes de pensamiento de la iglesia relativos a los temas apremiantes que la iglesia necesita considerar en preparación para la finalización de esta pandemia.

En Estados Unidos se está desarrollando una tragedia económica. El 19 de noviembre, el New York Times informó que los reclamos por desempleo están volviendo a subir y que aproximadamente 7.9 millones de personas están por perder su asistencia de desempleo causado por la pandemia. El Centro de Investigación Pew halló que la pérdida repentina de empleos está afectando especialmente a las comunidades de color de bajos ingresos. En Nueva York, la ciudad en que vivo, los comedores populares y los bancos de alimentos están informando números sin precedentes: un voluntario de un sitio en el Bronx dijo que en un fin de semana habían acudido 1,000 personas y posteriormente 700 por dos semanas seguidas. Hay profundas disparidades sobre quiénes están sufriendo la peor parte de las consecuencias económicas de la pandemia de la COVID-19 y esas diferencias se reflejan en nuestras feligresías.

En medio de todo esto, el obispo Mark Edington y Church Publishing me pidieron que reflexionara sobre lo que la COVID-19 está revelando acerca de las estructuras financieras y la sustentabilidad de las feligresías y adjudicatarias de la Iglesia Episcopal. El pedido fue para el libro publicado recientemente We Shall Be Changed: Questions for a Post-Pandemic Church, que ahora está disponible en Church Publishing. Más específicamente, tuve que contestar la provocativa pregunta “¿Es la autoayuda la única opción?”

“Autoayuda” es lo opuesto a un enfoque de fe en tiempos como los que estamos viviendo. Los episcopales son herederos de ejemplos de los siglos I a IV, en los que los cristianos se vieron a sí mismos como una parte de un gran cuerpo de la iglesia y se unieron en asistir a las personas en sus comunidades más afectadas en tiempos de desastres.

En lugar de autoayuda y aislamiento financiero, lo que está en nuestro ADN es la interconexión financiera.

Ofrendas de Jerusalén para nuestros tiempos

En sus cartas escritas a mediados del siglo I, Pablo menciona la Ofrenda de Jerusalén en varias ocasiones.[1] “Porque los de Macedonia y Acaya decidieron voluntariamente hacer una colecta y mandarla a los hermanos pobres de Jerusalén.”[2]. Esta ofrenda se entiende como una expresión de unidad entre las reuniones del siglo I y una manera concreta de ayudar “a los pobres que hay entre los santos” de la congregación de Jerusalén, que en ese entonces sufrían hambre y escaseces de alimentos.

En todas las diócesis, hay feligresías que han estado singularmente devastadas por infección, mortandad y desempleo. En Nueva York, iglesias episcopales en el Bronx han sido duramente golpeadas. Además de subsidios de socorro de emergencia, ¿cómo luciría una Ofrenda de Jerusalén de toda la diócesis para apoyar a los ‘pobres entre los santos del Bronx’? La nación navajo está eclipsando las tasas de infección y mortandad de otros estados. La asociación entre Navajoland y la Diócesis del Norte de Michigan para establecer el Fondo COVID-19 y el Indigi-Aid Telethon se asemeja a la primera campaña de ofrendas de Pablo para los hambrientos de Jerusalén. Episcopal Relief and Development (Alivio y Desarrollo de la Iglesia Episcopal) creó un Fondo de Reacción a la Pandemia de la COVID-19 para contar con asistencia de emergencia para comunidades vulnerables de EE UU y el mundo entero.

El que hace cabeza como guardián de los necesitados

En la Primera Apología de Justino Mártir, escrita alrededor del año 155 E.C., él incluye una notable descripción de la manera en que los cristianos del siglo II se reunían para rendir culto. Comenzando con “Aquellos que tienen ayudan a todos los necesitados”, describe un orden de culto triple que pasa de palabra a mesa a colecta para los pobres. “Los que tienen y quieren, dan libremente lo que les parece bien; lo que se recoge se entrega al que hace cabeza para que socorra con ello a huérfanos y viudas, a los que están necesitados por enfermedad u otra causa, a los encarcelados, a los forasteros que están de paso: en resumen, se le constituye en proveedor para quien se halle en la necesidad”.[3]

Si bien muchas feligresías en nuestras diócesis han estado incomodadas por la COVID-19, para algunas de ellas esta pandemia ha sido devastadora. El sacerdocio en esas comunidades está a la vanguardia de proporcionar dinero a feligreses que luchan para pagar el alquiler, comprar alimentos o evitar depender de préstamos de día de pago. No debemos temer quitarle el polvo a esta tradición de colectas semanales para los pobres y las parroquias pudientes pueden seguir el ejemplo de iglesias como la Iglesia de Heavenly Rest, que creó un Fondo para los no olvidados dedicado a asistir a los que no cumplen con los requisitos para recibir asistencia federal (inmigrantes indocumentados, solicitantes de asilo, trabajadores en la economía informal, ex-encarcelados). Cabe señalar que una parte de esos fondos se emplean en asistir a feligresías en East Harlem.

Obispo como ‘amante de los pobres’

Algo notable que ocurrió en el siglo IV fue el entendimiento de que el que rol público de un obispo es ser ‘amante de los pobres’[2]. Antes de Constantino, la asistencia a los pobres se concentraba principalmente en los que estaban en las asambleas cristianas. Uno de los cometidos más tempranos posteriores a Constantino fue persuadir a un público reacio a reconocerlo que el rol del obispo era elevar el sufrimiento de los pobres, tanto cristianos como no cristianos. Este nuevo rol fue adoptado especialmente por el obispo Basilio de Cesarea, quien en medio de una hambruna devastadora en 369 E.C. predicó enérgicamente a los ricos de la ciudad, describiendo el sufrimiento invisible de los pobres en términos vívidos.[3] Su predicación redundó en recaudación de fondos para un comedor de beneficencia, así como para lo que se considera como uno de los primeros hospitales, el establecido por San Basilio[4].

Incluso en nuestra era laica, los obispos y otros líderes de fe destacados llaman la atención desde sus púlpitos, cartas pastorales, medios sociales, cartas a la redacción y más. El obispo David Bailey de Navajoland dijo recientemente que ahora es el momento en que los líderes de fe deben hacer visible el sufrimiento de los que han sido relegados a la invisibilidad. Es inspirador ver nuevos obispos, como la reverendísima Bonnie Perry de la Diócesis de Michigan, recaudar fondos de asistencia alimentaria como uno de los primeros actos de su episcopado. Ella es parte de una larga línea de obispos como Basilio de Cesarea.

Alternativas económicas

También en el siglo IV, el obispo Ambrosio de Milán se pronunció enfáticamente en contra de los prestamistas de su ciudad por sus prácticas depredadoras: la cobranza de intereses exorbitantes sobre los préstamos a personas en situaciones desesperadas[5]. Trágicamente, los préstamos depredadores siguen existiendo: en 2016 el tipo de interés promedio de los préstamos de día de pago en Dakota del Sur era del 652%. Ahora que la tasa de desempleo es tan elevada como la de la Gran Depresión, algunos en nuestras feligresías están buscando maneras de llegar a fin de mes y los prestamistas depredadores los están sobrevolando. ¿Cuál es el rol de la iglesia en condenar los préstamos depredadores y en ofrecer alternativas?

Tras los disturbios de Rodney King, la Dra. Gloria Brown, de la Diócesis de Los Ángeles y Episcopal Relief & Development, establecieron la Unión de Crédito Federal Episcopal para ayudar a las comunidades devastadas a evitar los préstamos del día de pago y de las casas de empeño, que habían sido el último recurso disponible cuando los bancos abandonaban las zonas más afectadas[6]. Cerca de treinta años más tarde, esta unión de crédito está demostrando ser un baluarte contra los impactos de la COVID-19. Todavía ofrece préstamos pequeños con bajos intereses a familias que luchan y a fines de marzo anunció un fondo de emergencia de dinero en efectivo para las iglesias cuyo flujo de caja había disminuido, así como una reducción del 50% de su tipo de interés habitual aplicable a los préstamos a la feligresía.

Esta unión de crédito diocesana me trae el punto final y a mi profunda creencia de que centrarse en la justicia económica no solo es lo moral de hacer, sino que también promueve la sustentabilidad a largo plazo.

La Iglesia Episcopal corre el riesgo de perder su llamado moral – la capacidad de sentirse indignada – si y cuando sus iglesias y diócesis más acaudaladas se autoaíslan e ignoran a los más necesitados en estos momentos. Ahora es el momento de recordar nuestra larga historia de interconexión financiera, de formar relaciones entre divisiones económicas y cómo una y otra vez la iglesia temprana era la ‘guardiana de todos los necesitados’.

Posibles actos a corto y largo plazo:

  • Apoyar a las organizaciones que realizan trabajo de alivio de la COVID-19 en EEUU e internacionalmente, como Episcopal Relief and Development
  • Imaginar cómo luciría una Ofrenda de Jerusalén a niveles diocesano y de toda la iglesia. Ver el Indigi-Aid virtual telethon en Navajoland y la Diócesis Episcopal del Norte de Michigan como un ejemplo de ofrendas entre diócesis.
  • Seguir el ejemplo de Justino Mártir realizando una segunda colecta en los servicios religiosos específicamente para ayudar a los pobres. Ver el Fund for the Not Forgotten como un modelo de cómo una parroquia pudiente se está concentrando en asistir financieramente a los más vulnerables.
  • A largo plazo, necesitamos quitarle el polvo a la expectativa del siglo IV de que los obispos encarnan el rol de ‘amantes de los pobres’; necesitamos estimular el liderazgo moral orientado hacia el público que apalanca sus plataformas para poner de relieve las experiencias de los más vulnerables y recaudar fondos para tratar necesidades urgentes. Instar a los obispos a que lo hagan con valentía.
  • A largo plazo, la Iglesia Episcopal necesita contar con un grupo de trabajo dedicado a explorar modelos de uniones de crédito de iglesias que demostraron regularmente haber hecho que las comunidades sean más resilientes en tiempos de crisis económicas, incluyendo los desastres naturales.

Todos los enlaces llevan a contenido en inglés

Miguel Escobar es director ejecutivo de la Escuela Episcopal de Teología en Union. Trabaja con la decana, Kelly Brown Douglas, en el diseño de programas MDiv y STM de Estudios Anglicanos con el propósito de formar líderes de fe de justicia social en la tradición anglicana. Anteriormente, Miguel fue director administrativo de programas de liderazgo, comunicaciones y asuntos exteriores de la Fundación de la Iglesia Episcopal. Obtuvo su maestría en teología del Seminario Teológico Union en 2007 y fue asistente de comunicaciones de la entonces obispa presidente Katharine Jefferts Schori desde 2007 hasta 2010. Escobar es presidente de la junta de Forward Movement, miembro de la junta directiva de Alivio y Desarrollo de la Iglesia Episcopal e integró el consejo de asesoramiento de los programas de Liderazgo de la Escuela de Teología Duke.

Recursos:

[7] Rom 15:26, 31; 1 Cor 16:3; 2 Cor 8:14; cf. Gal 2:10

[2] Rom 15:26

[3] La Apología 67 de Justino Mártir según la traducción al inglés de Gordon Lathrup figura en Holy things: A Liturgical Theology, página 45

[4] Brown, Peter. Poverty & Leadership in the Later Roman Empire. University Press of New England, 2002. Pág. 8. También escribí sobre la evolución del ‘obispo como el amante de los pobres en Wealth & Poverty in Christianity, aquí.

[5] Brown, Peter. Poverty & Leadership in the Later Roman Empire. University Press of New England, 2002. Pág 39.

[6] Heyne, Thomas. “Reconstructing the world’s first hospital: The Basiliad.” Hektoen International, primavera de 2015.

[8] Homilía de Ambrosio de Milán sobre Nabot y su obra exegética sobre Tobías

[9] Miramontes, Jennifer. “Credit Unions for Economic Justice”. Número de marzo de 2020 de ECFVP.

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  • 2. [4]
  • 3. [5]
  • 4. [6]
  • 5. [7]
  • 6. [8]
  • 7. [1]
  • 8. [7]
  • 9. [8]
This article is part of the January 2021 Vestry Papers issue on Being Church In A Pandemic