May 2021
The Power of Small Churches

Más allá de los números

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“La rosa no dejaría de ser rosa, tampoco dejaría de esparcir su aroma, aunque se llamara de otra manera”[1],me suena en la mente cuando pienso en la institución que es la Iglesia. No es porque la Iglesia es perfecta ni porque no tenemos trabajo serio que hacer en aspectos como racismo, inclusión y amar al prójimo, pero debido a que la Iglesia, independientemente de su tamaño y cuando realmente sigue el Evangelio, es la mayor fuerza que hemos conocido. Independientemente del número promedio de asistentes los domingos, grande, pequeña o algo intermedio, algunas de las medidas más importantes del éxito de una Iglesia deberían ser:

  • ¿Estamos alimentando a los hambrientos?
  • ¿Estamos sirviendo a los pobres?
  • ¿Estamos ocupándonos de los encarcelados?
  • ¿Estamos resistiendo el mal?
  • ¿Estamos luchando por la justicia y la dignidad?

Nos resultaría difícil encontrar a alguien que no estuviera de acuerdo con lo que antecede. Sin embargo, de alguna manera seguimos cayendo en nuestras tradiciones de colonialismo y capitalismo. Estas tradiciones nos hacen creer erróneamente que más grande es mejor, que más dinero significa más seguridad y que más gente en nuestras bancas (o viéndonos por Zoom) significa que hemos alcanzado el éxito máximo.

Es hora de reexaminar nuestras prioridades y modelos

En un mundo que clama por el cambio, la aceptación y en pensar de maneras innovadoras, la Iglesia debe reexaminar sus prioridades y modelos. Después de todo, los informes parroquiales de 2019 demostraron que en la Iglesia Episcopal, la asistencia media dominical es 51 y que el 75 por ciento de nuestras iglesias tienen un promedio de asistencia dominical de menos de 100. Eso no es una crítica ni datos para respaldar la idea de que deberemos hacer más para añadir gente a nuestras filas. Es una invitación a profundizar y a dejar de pensar en solo los números.

En mi rol de Directora de Participación en la Diócesis de Virginia, trabajo para elevar nuestras feligresías de color, así como para hacer que el clero y los congregantes participen en el trabajo que prometemos hacer en nuestro Pacto Bautismal y en la Gran Comisión. En ese rol, visito todas nuestras iglesias, tanto grandes como pequeñas, y siempre me sorprende el trabajo que se está realizando, especialmente el de las que se consideran feligresías o misiones pequeñas.

Considérese la Iglesia de San Gabriel en Leesburg, Virginia, una pequeña feligresía misionera en un condado pudiente en el norte de la comunidad. El brote de la Covid-19 podría haber sido desastroso para ellos, pero gracias a la imaginación de su clero, el Revdo. Daniel Rivera y la Revda. Diácona Holly Hanback, San Gabriel prosperó. Recibieron financiamiento para ayudar a asistir a la comunidad. Alimentaron a muchas familias entregando comestibles y siguieron proporcionando talleres sobre temas como Acción Diferida para Llegadas de Menores de Edad e información de salud sobre la Covid-19, así como clases de planificación familiar y salud reproductiva, catecismo y Zumba Sagrada.

En Falls Church, Virginia, la feligresía misionera de la Iglesia de Santa María también prospera. Tiene un programa todos los días. Ya sea Zumba, un programa de enseñanza de ruso, estudios bíblicos o clases de cocina, alimenta el corazón de la comunidad. Cuando fue necesario hacer reparaciones en la propiedad o mejorarla, los congregantes no solo proporcionaron fondos, sino también trabajo manual. Su energía y pasión por el trabajo de Cristo se demuestra en todas maneras en que es significativo. Sin embargo, permanecen en una categoría que puede hacer que parezcan menos de lo que son.

Esta es una manera de pensar creativa e innovadora y de vivir en un espíritu de abundancia. Si bien es cierto que debemos ser estratégicos y fiscalmente responsables, también tenemos que empezar a pensar en la Iglesia con un espíritu que ve abundancia en todo. Tenemos suficiente gente para hacer el bien. Tenemos suficiente dinero para hacer el bien. Tenemos lo suficiente. Como lo sabemos todos los que trabajamos ahora en la iglesia, una iglesia con más dinero no siempre resulta en una iglesia más sana.

El trabajo de Jesús no es sobre números

De maneras más prácticas, las iglesias pequeñas a veces proporcionan más oportunidades de liderazgo a los que se podría marginar fácilmente, pasar por alto o ver como “otros”: gente más joven, mujeres, gente de color, los capacitados de diferentes maneras, los que no son anglohablantes nativos.
Estamos en nuestro mejor momento cuando hacemos lugar en la mesa para las minorías, los jóvenes, los no heteronormales y los de diferentes culturas. ¿Por qué? Porque el Reino de Dios es un mundo grande, incluyente y hermoso, enriquecido por los dones y los talentos de su pueblo.

En el Evangelio según San Mateo, en el capítulo 18, versículo 20, Jesús dice, “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Éste no es realmente un versículo sobre cuánta gente se necesita para que Cristo esté presente, porque sabemos que Dios está tanto con una persona como con 5,000. Sin embargo, es un versículo que apunta a la tradición legal judía, que requiere la presencia de dos o tres testigos para responsabilizar a alguien por sus actos. ¿De qué manera esto es relativo? Porque como Iglesia nos debemos responsabilizar entre nosotros y al mundo por las veces en que no estamos prestando atención a los buenos actos de Cristo y a su ejemplo. No se requieren quinientas personas, solo dos o tres. Al igual que una rosa “no dejaría de ser rosa, tampoco dejaría de esparcir su aroma, aunque se llamara de otra manera”, una iglesia de cualquier tamaño que está haciendo el trabajo de Dios, es tan valiosa como cualquier otra feligresía.

Digo esto no para iniciar una competencia, sino para asegurarles que Dios nos encuentra donde estemos. Que hay espacio para todos nosotros, que todos tenemos un rol en el trabajo de ese Jesús que cambia vidas.

Hace años, estuve visitando a un nuevo párroco y a su junta parroquial, que estaban tratando de incrementar una feligresía afroamericana histórica en el lado este de Richmond, Virginia, una zona pobre que se estaba gentrificando. Su asistencia promedio los domingos era de alrededor de 30, pero estaban brillando en su comunidad. Entre sus ministerios, tuvieron un programa de empleo, fueron anfitriones de caminatas en el barrio para reunirse con vecinos y orar con ellos y para enterarse de cuáles eran sus necesidades, y apoyaron un par de instituciones educativas, por nombrar solo algunos de sus buenos actos. Había mucha preocupación en la junta parroquial sobre las finanzas y el número de personas en las bancas, pero cuando le pregunté al párroco si su objetivo era llenar las bancas o servir a la comunidad, me dijo con seguridad, “Quiero servir a la comunidad”. Yo sonreí y le motivé a que encontrara nuevas maneras de medir su éxito y de definir los “miembros de la iglesia”. Y así lo hicieron y lo siguen haciendo, y siguen cabiendo en su pequeño edificio para el culto dominical, pero son inmensurablemente más grandes en el impacto que tienen en su comunidad.

“Las iglesias pequeñas son la manera más normativa en que se reúnen los cristianos. Un 90 por ciento de las iglesias tienen menos de 200 personas, un 80 por ciento menos de 100. Y la mitad de los cristianos del mundo asisten a iglesias pequeñas”[2]. Esto ha funcionado por 2,000 años y si bien siempre hay espacio para crecer, sería carente de fe cuestionar el trabajo colectivo de innumerables iglesias pequeñas, que con innumerables iglesias grandes sirven a sus hermanos en el mundo entero. ¡Sí, las iglesias pequeñas son igualmente importantes! Honrémoslas y reconozcámoslas.

Como Ministra de Participación Misional de la Diócesis de Virginia, Aisha Huertas supervisa las misiones nacionales e internacionales, los ministerios de justicia racial y los ministerios para el cuidado de la creación y multiculturales. Mediante su empresa de consultoría, Huertas Strategic Consulting, enseña antirracismo y ofrece talleres de justicia y equidad, y además ayuda a organizaciones a dirigirse a temas de equidad racial. Antes de unirse al personal diocesano, Aisha trabajó en el ámbito de comunicaciones con entidades sin ánimo de lucro respetadas, como Donate Life America y la American Civil Liberties Union de Virginia.

Resources:

[3]Romeo y Julieta, William Shakespeare
[4] https://karlvaters.com/essential-small-church/

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This article is part of the May 2021 Vestry Papers issue on The Power of Small Churches