November 2021
Joy and Gratitude

Madre para todos y madre de nadie

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La maternidad es algo hermoso. En cierta manera es una vocación. Desde mi preadolescencia, tuve claridad sobre dos llamados en mi vida: ser sacerdote y ser madre de mis propios hijos. Mi vocación de servir a Dios como ministra ordenada estuvo intencionalmente alineada con mi profesión laica y Dios me bendijo con un ministerio fructuoso y profundamente diverso. La maternidad, sin embargo, no ocurrió sin complicaciones ni de manera tradicional.

Mi esposo y yo nos casamos en 2010 y tratamos de concebir por ocho años consecutivos. Dadas mi edad y complicaciones de salud, pronto nos quedó claro que no podríamos concebir sin ayuda profesional. La toma de conciencia y la comprensión de que mi cuerpo no era conducente a la reproducción fue mi primera pérdida en esta larga y dolorosa jornada.

Sueños hechos añicos

Para alguien como yo, criada en un medio en el que los niños se consideran como un don de Dios (como dice el salmista, “He aquí, don del Señor son los hijos; y recompensa es el fruto del vientre”), mi alma se sintió fuera de gracia cuando mis sueños de ser madre se estrellaron en mil pedazos.

Nuestros intentos de concebir con tecnología de asistencia de reproducción fallaron. Embarazos químicos y fracasos totales nos saludaron cada vez, dejándome el corazón lleno de tristeza y profundas interrogantes. ¿Me bendecirá Dios alguna vez con un hijo? ¿Podré compartir con un niñito todo el amor que mi corazón tiene para dar? Esos fueron los interrogantes en los lugares más profundos de mi alma y mi mente.

A lo largo de ocho años, tuve seis abortos espontáneos. Cada pérdida era un recordatorio de la fragilidad de la vida y del complicado proceso de llevar un bebé a término, un proceso que muchos dan por sentado.

Sacerdote en medio del dolor y la pérdida

Servir como sacerdote episcopal mientras que enfrentaba infertilidad y pérdidas de embarazos trajo su propio conjunto de desafíos. Recuerdo vívidamente que al servir en Nueva Jersey me perdí en una visita pastoral al Centro Médico Barnabas y terminé en la unidad neonatal. Fue justo unos días después de una pérdida de embarazo terrible y el trabajo emocional que tuve que realizar ese día al visitar a mi feligresa fue abrumador.

Otra ocasión difícil fue el bautismo de un bebé durante un servicio religioso de Pascua. Ese día, en el que estaba teniendo un aborto espontáneo, no tenía ni la energía ni la fuerza para lidiar con esa gran perturbación emocional. Terminé pidiéndole a mi obispo, que visita su catedral el Día de Pascua, que realizara el sacramento mientras que yo fuera a la sacristía a pasar un momento de silencio para calmarme. Ese día, en la compasión y en la ternura de mi obispo, sentí el poder curativo de la Iglesia.

Hubo momentos en mi vida sacerdotal en que los que sentí una mezcla de gozo y de tristeza al interactuar con las comunidades a las que servía. Gozo por las oportunidades de celebrar con la gente en el contexto de su comunidad y tristeza por el recordatorio de lo que mi corazón anhelaba y no podía tener. Hacer frente a esos sentimientos era un proceso difícil. No era fácil enfrentar y aceptar esos sentimientos en mi vida y en mi vocación.

Por muchos años sentí que era madre para todos y madre de ninguno. Almas bienintencionadas me recordaban constantemente que mediante mi vocación era una madre para muchos. En retrospectiva, no estoy segura de cuáles eran más dolorosos: los comentarios bienintencionados como ésos o los feligreses llenos de amor que me tocaban la barriga y me preguntaban “¿Está ya embarazada?”, solo para oírme decir, “No, aumenté mucho de peso”, seguido por un momento incómodo.

Otro camino hacia la maternidad

Gracias al estímulo de una mujer de Dios, que había adoptado a una niña hermosa e inteligente de Guatemala, la adopción pasó a ser una opción en mi corazón y en mi mente. Si bien estaba dispuesta a adoptar, mi esposo no estaba convencido de que esa era su llamada. Mediante oraciones, conversación y lo que llamaría “el momento preciso, acordamos explorar la adopción con mentes y corazones abiertos.

Decidimos inquirir en nuestro Departamento Estatal de Niños y Familias. Antes de lo que pensábamos, estábamos inscritos en clases de adopción, que duraron catorce semanas. Una semana antes de “graduarnos”, una asistente social me mostró una foto de un grupo de hermanitos, dos niños muy pequeños. Nos reunimos con nuestros posibles hijos futuros, entendiendo que los derechos de sus padres biológicos todavía estaban pendientes y que el proceso sería ser padres de acogida con intención de adopción.

En cualquier momento, nuestros hijos podrían reunirse con su familia biológica. A pesar de que nos dijeron que el caso era sólido para adopción y no para reunificación, la incertidumbre y la ambigüedad eran realidades difíciles de manejar. Experimentar la maternidad de manera no tradicional es la mayor bendición que recibí. Ver a nuestros hijos, Dominic y Darius, crecer y exhibir rasgos similares a los nuestros, aunque no había consanguinidad, ha sido una jornada gozosa de descubrimiento. Vivieron con nosotros casi doce meses hasta que finalizaron los derechos de los padres. Durante el tiempo en que fuimos padres de acogida, vivimos con el temor de perder lo que por tanto habíamos orado y esperado tener por casi una década.

Nuestros hijos hermosos, inteligentes, amorosos y cariñosos trajeron gozo a mi vida e hicieron realidad el sueño largamente buscado y la vocación que había estado anhelando. Después de haber vivido con nosotros por dieciséis meses, la adopción quedó finalizada. ¡Compartimos un hogar, un apellido y un gran número de rasgos similares, tal vez aprendidos!

El amor y la misericordia de Dios

Como Dios tiene una gracia y un sentido del humor únicos, fuimos bendecidos con un hijo biológico concebido exactamente un mes después de la llegada de nuestros hijos mayores.

¡Concebir espontáneamente no era nuestro destino! Mi cuerpo no lo pudo hacer, incluso con asistencia, durante casi una década. ¡Después de seis embarazos anteriores, oímos el latido del corazón por primera vez! Nos regocijamos, cautelosamente, durante todo el embarazo. Ahora reconozco que una de las pérdidas que sufrí fue la de tener un embarazo celebratorio, sin temor y sin estrés. Sin embargo, por ser cuarentona mi embarazo se consideraba geriátrico. El bebé mostró signos de calcificación en varios órganos y el pronóstico no era esperanzador.

Dios nos dio un don. Creímos en Dios. Vivimos nueve meses con temor y esperanzas. Donde el médico puso un punto, Dios puso una coma. Nos dijeron que nuestro bebé posiblemente solo viviría 48 horas o que nacería ciego o sordo, o que perdería su audición gradualmente, o que mostraría signos de disminución cognitiva.

Para la gloria de Dios, Dorian es un niño sano, que se está desarrollando según el plan de Dios y en línea con las expectativas humanas.

Ahora soy la mamá de tres niños que son mi inspiración y alegría. Soy madre de todos y madre de tres varoncitos milagrosos que son un gran signo del amor y la misericordia de Dios en mi vida y ministerio.

La Muy Rev. Miguelina Espinal Howell sirve como Deana en la Catedral de la Iglesia de Cristo en Hartford, Connecticut y anteriormente fue vicaria de la Catedral. Sirve como Capellana en la Casa de Obispos de la Iglesia Episcopal y como miembro de la facultad espiritual de CREDO, un programa de bienestar del Grupo de Pensión de la Iglesia (abreviado en inglés como CPG), así como miembro en el Consejo de Clientes del CPG. Ella es miembro de la Junta de Fideicomisarios del Seminario de Sudoeste y miembro de la Junta Directiva de Gobernadora de Hartford Stage en Connecticut.

Originariamente de la República Dominicana, Miguelina es una defensora apasionada de la justicia social y racial, así como de la intersección de la espiritualidad y las artes. Lidera retiros espirituales y sirve como oradora invitada a través de nuestra denominación.

Resources:

Nota la pie: Salmo 127:3: He aquí, don del Señor son los hijos; y recompensa es el fruto del vientre.

This article is part of the November 2021 Vestry Papers issue on Joy and Gratitude