November 7, 2014

Cuando Un Amigo Se Va, Su Recuerdo Sigue Vivo En Nuestras Almas

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Nuestras comunidades episcopales del este del estado de Massachusetts y la Iglesia Episcopal toda, acaban de perder a uno de sus más queridos obispos de los últimos tiempos. El obispo Marvil Thomas “Tom” Shaw III fue elegido obispo diocesano en 1994, año en el que la diócesis de Massachusetts pasaba por momentos de pérdida, tristeza, y confusión. La llegada de este monje perteneciente a la orden religiosa de la Sociedad de San Juan Evangelista, de inmediato se sintió como un regalo de gracia divina que iniciaría y acompañaría el largo y complicado proceso de perdón, reconciliación y curación que pedían a gritos los corazones de miles de episcopales profundamente afectados por el suicidio de su predecesor. 

El legado que nos deja este querido monje es inmenso. Primordial ha sido el alimento espiritual que recibimos al escuchar sus meditaciones y sus sermones, todo ello proveniente no sólo de una rutina diaria postrado de rodillas en su pequeña celda, inmerso en la oración ferviente, y la lectura constante en el silencio de las horas antes de la llegada del amanecer, sino también del impulso y establecimiento de muchos programas, así como de nuevas leyes, y estructuras para el cambio social resultantes de su atento escuchar con el corazón abierto y compasivo las necesidades, los sueños, y los deseos de las numerosas, y diversas feligresías y misiones que visitaba como pastor de todas ellas. 

Atentos y atentas a cada uno de sus mensajes siempre nos sentimos como llevados y llevadas de la mano a alabar con gozo mientras meditábamos profundamente en un Dios todo amor, un Dios presente y activo en nuestras vidas, un Dios que no se cansa de llamarnos a caminar a su lado de muchas maneras, inspirándonos y alimentando la pasión, y la fortaleza necesarias en la lucha por la justicia, la paz y el bienestar de todo ser humano. Sin forzarnos a hacerlo, Tom nos inspiró a que descubriéramos nuestro propio tesoro en la rutina de explorar la oración y la lectura, si no antes del amanecer, por lo menos al empezar nuestros quehaceres diarios. Esa manera de darle comienzo al nuevo día, además de acompañarnos a lo largo de las horas, nos mantiene constantemente, y de mil formas orando ante todo lo que se nos presenta y con grandes deseos de volver con regocijo al silencioso refugio de nuestras oraciones. 
Durante los veinte años de episcopado entre nosotros/as, Tom también fue una voz profética que trascendió fronteras llevando el mensaje de alerta sobre las urgentes necesidades de no sólo las comunidades que tenía bajo su cuidado pastoral, sino que también fue muy directo en cuanto a opinar y abogar por la necesidad de transigir, y dialogar tanto en nuestra comunidad anglicana como entre países sumergidos en conflictos y en guerras fratricidas. 

Inspirados e inspiradas por su urgente mensaje y muchas veces con su apoyo financiero obtenido en campañas para recaudar fondos, Tom logró que se establecieran programas que hoy en día han abierto el camino a la educación, al liderazgo comunitario, y a la posibilidad de hacer realidad los sueños de miles de familias, muchas de ellas familias latinas que saben que sus hijos e hijas van a tener una oportunidad de sobresalir y en el futuro compartir con otros(as) lo que el corazón les impulse a ser y a desempeñar en sus vidas. 

Descansa en paz querido Tom. Tú nos enseñaste a amar a Dios a través del amor hacia toda persona que se nos cruce en el camino de nuestras vidas. Nos enseñaste la mejor manera de servirle al prójimo como Cristo lo hizo, con amor y humildad. Nos enseñaste a celebrar nuestros sueños realizados y a no descansar hasta lograr y ver también hechos realidad los sueños de nuestras comunidades. Seguirás por siempre vivo en nuestro amor.