May 8, 2014
¿Qué Impide que me Bauticen?
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La pregunta del eunuco etíope estaba formulada perfectamente. ¿Qué impedía que lo bautizaran? Acababa de llegar de Jerusalén, donde le habían dado un motivo tras otro para que no entrara a esa comunidad. Era todo tipo de “afuerino”: étnico, financiero, educativo, sexual, religioso, de vestimenta… y esas manifestaciones de ser de afuera impedían que se convirtiera en miembro pleno de la comunidad. Desilusionado, paró en la tienda de regalos, compró el rollo de Isaías y lo leyó en el largo viaje en coche de caballos hasta su casa. Felipe ofrece interpretarle el rollo, diciéndole sobre Jesús, el movimiento y el bautismo como entrada a él. El eunuco etíope ve agua y pregunta: “¿Qué impide que me bauticen?”
Nada. Guiado por el Espíritu Santo, esa es la respuesta de Felipe. Nada.
Estoy endeudado con mi amigo [el ahora Reverendísimo] Rob Wright, que me estimuló con una interpretación litúrgica de este pasaje de Hechos 8. Siempre que realiza un bautismo ofrece las aguas del bautismo a todos los que todavía no las recibieron, independientemente de si su nombre aparece en un boletín. Sugiere que no podemos saber quién ha estado esperando una invitación, que necesita ver que todas las barreras que pudo haber habido han sido retiradas.
A veces podemos olvidar. Podemos quedar empantanados en la preparación de los boletines, en pensar en qué usar, en quiénes están en los bancos y en lo que se está cantando. ¿Qué impide que bauticemos a los que lo desean? Nada.
Al bautizar al hijo de Ángela me corrieron las lágrimas por la cara. En el bautismo quedamos marcados para siempre como parte del pueblo de Cristo y llevamos ese sello en la frente. En ese momento en que me manaba agua de los ojos – y de los de muchos de los presentes – pensé que a veces también llevamos el agua del bautismo en nuestros rostros.