December 3, 2013

Que se Vaya el Año Viejo

An English version of this article is available here.

En los pueblitos alrededor de Cali, Colombia, mi ciudad natal, los niños empiezan en estos días a preparar el “Año Viejo”: una efigie del año que está por pasar. Alguien del pueblo les regalará un traje de hombre. Los niños encontrarán un par de zapatos, un sombrero, a veces hacen ellos mismos y otras compran una cabeza de papel maché y, además, se compra una cantidad de pólvora. El día después de la Navidad sientan el Año Viejo en la plaza central del pueblo. La gente que pasa lo ‘saluda’ y empieza a redactarse su testamento en verso. Uno de los dignatarios del pueblo—el alcalde o un concejal—acepta el reto de servir de viuda del Año Viejo y todos empiezan a esperar ansiosos la llegada de la víspera del Año Nuevo.   

Todo llega a su apogeo a la medianoche del 31 de diciembre, cuando en medio de la parranda prenden el Año Viejo y lo mandan volando.  La ‘viuda’, vestida con un traje despampanante,  llora y grita y hace todo un drama.  Empieza la lectura del último testamento entre risas.  El testamento es una sátira de los eventos del pueblo del año pasado que echa indirectas muy directas a casi todos los personajes de la ciudad.  Si bien se presenta en verso, no es una joya literaria sino una celebración de las idiosincrasias locales.  Y luego sigue la parranda hasta la madrugada del Año Nuevo.


Muchos estadounidenses podrán pensar que esta tradición es demasiado violenta (y sabe Dios, que jamás dejaríamos tanta pólvora en manos de niños). No conozco ninguna tradición parecida. Pero la tradición del Año Viejo se forjó en las realidades de la dificultad y el sufrimiento que definen gran parte de la vida de pueblo en Colombia. La pobreza, y la violencia han sido una realidad constante de generación en generación. La mayoría de los pueblos que guardan esta tradición han visto correr sangre por sus calles.   

He llegado a la conclusión de que podemos encontrar cierta liberación cuando después de haber pasado un año tan duro y con tantos golpes hacemos volar ese Año Viejo. Con la explosión de la pólvora damos por terminado lo que pasó. Se acabó y queda abierto el campo para recibir el año nuevo. En nuestros ministerios, los finales y los comienzos muchas veces carecen de ese tipo de claridad y definición. Hacemos lo posible por obrar con gracia y magnanimidad cuando un esfuerzo fracasa. La tradición del Año Viejo nos permite reconocer los sentimientos y las respuestas más difíciles que sentimos cuando algo no funciona. Nos invita a valorar un cierre completo y ‘limpio’ cuando llegamos a un final. Ese cierre es especialmente valioso porque nuestro Dios es un Dios de segundas oportunidades y nuevos comienzos: cuando fracasamos, Dios espera ansioso que volvamos a unirnos lo antes posible al trabajo del Reino de Dios.