June 5, 2014

Hazme Instrumento de tu Paz

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Para Isabel García, caminar hacia el púlpito y desde su altura leerle la epístola a su congregación, nunca antes la había hecho sentirse tan nerviosa como el domingo en el que predicó su primera homilía desde el mismo lugar, ante la mirada llena de orgullo y anticipación de su comunidad de fe. 

La invitación a unirse al grupo de predicadores/as laicos/as la aceptó no sin sorpresa, aunque también con la condición de poder recibir ayuda en su intento de escribir un sermón, como los muchos sermones que cada domingo del año ella escucha con toda su atención, y cuyos temas siempre la invitan a reflexionar el resto de la semana. Para Isabel, el sermón es esencial en su vida, algo que ella no se puede perder. Para ella la prédica, como ella la llama, es tan importante como recibir el alimento espiritual del pan y del vino. 

¡Claro que se le ofrecería todo lo que Isabel necesitara y las veces que lo pidiera! 
Asegurarle con ánimo y dulzura que se la acompañaría en su esfuerzo de predicar para su congregación fue de suma importancia para ella, y fue lo que logró que Isabel explorara con dedicación todos los textos bíblicos asignados a ese domingo. De mucha dicha fue servirle de mentora, verla reflexionar sonriendo, escucharla compartir sus ideas a veces con asombro y felicidad, otras veces con ojos de niña, saboreando cada frase, comentando sobre cada imagen y señalando semejanzas de significado en los mensajes que ella sentía que le hablaban de su vida, de sus seres queridos, de su comunidad. 

Leyendo y explorando, Isabel llegó a enterarse del contexto histórico del texto bíblico que ella había escogido para preparar su homilía. Buscó y encontró frases, imágines y mensajes que la hicieron recordar su niñez, su peregrinaje al dejar El Salvador, su país de origen, los muchos años de su vida vividos en ese país, cuando tuvo sus dos hijos y su historia como mujer profesional, dedicada al cuidado y al servicio de su comunidad latina. 

Cada vez que nos reuníamos, Isabel profundizaba más y más su sentir espiritual y su religiosidad. 

En nuestra tercera y última reunión, Isabel logró atar los cabos y concluir su homilía. La manera en que escogió terminarla fue primero a través de un elogio amoroso y sentido a su madre, contándonos la historia de quien fuera para ella una gran mujer, mostrándonos con ejemplos su manera de criar, guiar y proteger no sólo a su familia, sino también a todas las personas necesitadas en su comunidad. Vimos en ella un ejemplo de emular por su generosidad y su ternura de madre. Vimos en ella el ejemplo de Jesús, el Buen Pastor de la lectura del evangelio de ese día. 

Luego nos invitó a que, como congregación, en parejas y con la persona que tuviéramos al lado, ofreciéramos un elogio compartiendo la historia, si no de nuestras madres, la historia de nuestros padres o de las personas que en nuestras vidas también son como el buen pastor, Jesús, quien nos conoce y reconoce nuestra voz al oírnos, a quien le seguimos porque también reconocemos su voz, Jesús el Buen Pastor, el camino, la verdad y la vida. La vida a la que nos invita a encarnar en familia, en nuestras comunidades, a nuestro alrededor y en el resto del mundo.

Isabel lloró en varias ocasiones la semana después de predicar. Tanta fue su emoción de sentir el Espíritu moviéndose en su ser, haciendo de ella un instrumento que nos ofrecía mensajes de amor, comprensión y agradecimiento. Como era de esperar, no hubo persona en nuestra comunidad que no sintiera muy de cerca lo grandioso del amor Divino a través de las palabras apasionadas de Isabel.